De vez en cuando, el fútbol es justo con quienes lo hacen grande, deportistas sin más misterio que jugar bien y comportarse con un mínimo de respeto por sus compañeros, los rivales y las hinchadas. Por eso es justo que futbolistas como Raúl González, Xavi Hernández, Andrés Iniesta y Juan Carlos Valerón hayan recibido o reciban el reconocimiento de aficiones propias y ajenas. La globalización permite ampliar el espectro a figuras de otros países, como ocurrió el martes en el Santiago Bernabéu con Francesco Totti. Por segunda vez en pocos años, el público madridista se rindió a dos glorias del fútbol italiano, ya que Alessandro del Piero recibió idéntico tratamiento en su última aparición con la Juventus. El palmarés de Totti no está en consonancia con su calidad futbolística, pero en su próxima retirada se llevará algo casi tan importante y cada vez más escaso en estos tiempos: la identificación con un club y unos colores. En un país con un fútbol que prima lo práctico, Totti ha sido un bicho raro, uno de esos futbolistas que siempre pagan el precio de la entrada. Bravo, Francesco.