Anna Tarrés llevó a la natación sincronizada española a cotas inimaginables, hasta el punto de discutir en algún momento el reinado eterno de las rusas. Sus resultados hasta los Juegos Olímpicos de Londres son incontestables. Sin embargo, sus métodos han sido puestos en duda por alguna de las deportistas que han estado a sus órdenes y que sirvieron de excusa para que el presidente de la Federación Española, Fernando Carpena, prescindiese de ella pocos meses después de lograr una medalla de plata y otra de bronce olímpica. Han pasado cuatro años y el equipo español acaba de quedarse fuera de la cita de Río de Janeiro, mientras que Tarrés ha capitaneado la clasificación del combinado de Ucrania. Es comprensible que Anna Tarrés esté resentida con los dirigentes federativos españoles e incluso con alguna deportista, pero sus declaraciones de la pasada semana sólo sirven para reforzar la imagen egocéntrica e incluso despótica que muchos le atribuyen. Poner en duda, sin pruebas, la implicación de alguna nadadora con el equipo sólo viene a demostrar que Tarrés tiene más encanto en la piscina que ante los micrófonos.