El volcánico Barcelona-Atlético destapó la caja de los truenos de un fútbol que, a diferencia de la política, sigue instalado en el bipartidismo: madridistas que hace un año bramaban por la violencia del equipo de Simeone, quejándose ahora de la rigurosidad arbitral; barcelonistas que discutieron el pase del Madrid a semifinales, con el "Chicharazo" final, por la expulsión de Arda Turan, defendiendo el cambiante criterio de Felix Brych. ¿Y el Atlético? Consciente de su condición, el entrenador, el presidente y la mayoría de los jugadores prefirieron reacciones de perfil bajo. Salvo Filipe Luis, un habitual de la teoría de la conspiración. Desde su plantillazo de roja a Messi, el brasileño no ha parado de hacerse la víctima. Quizá no se acuerde de la Liga que ganó en el Camp Nou gracias a un gol mal anulado al Barça. O de otros beneficios arbitrales que acercan al Atlético a los dos grandes casi tanto como sus méritos deportivos. Pero lo que más chirría es la cantinela victimista del club más protegido de la historia del fútbol español. ¿Será que la madriditis ha degenerado en barcelonitis?
