Tampoco es muy normal en este fútbol de hoy en día que a un entrenador le extiendan un contrato por cuatro temporadas. Estamos cansados de ver declaraciones de amor eterno que acaban en divorcios sonados, con la caja de los clubes temblando y la cuenta corriente de los técnicos con muchos ceros a la derecha. Pero en el caso del Sporting y de Abelardo se entiende perfectamente la ampliación del contrato hasta el 30 de junio de 2020, conocida la pasada semana. Porque el "Pitu" quedará para la historia como mucho más que el hombre que guió a un equipo muy limitado a un ascenso y a una permanencia con la justa etiqueta de milagrosas. Abelardo no necesita una estatua al lado de El Molinón para sentir el agradecimiento de una afición que, hace apenas dos años, se temía lo peor para su club. Ahora que se ha ido Antonio Veiga felicitándose por dejar al Sporting en una situación privilegiada, no sobra recordar quién fue el que dio la cara, incluso en ámbitos que no le correspondían, cuando por la planta noble de Mareo no asomaba ni el tato. Abelardo se ha exprimido en el empeño, pero al menos le ha merecido la pena. Quizá no llegue a cumplir su atípico contrato, pero seguro que en la hora del hipotético adiós pondrá su sportinguismo por delante de todo. Como siempre.