Bromas, las justas. Regresa el fútbol oficial y los periódicos colocan la final de la Supercopa por delante de los aconteceres olímpicos, en los que, dicho sea con perdón y con el máximo respeto, no se encuentra una satisfacción que llevarse a la sonrisa. Las audiencias televisivas del partido de Noruega no deslumbran porque estamos en la época de menor consumo televisivo, aunque duplican muy de largo las de cualquier otro programa. La final la gana el Real Madrid, un Real Madrid en versión B porque le faltaban seis titulares indiscutibles, seis titulares de la final de la Champions, que ha de ser la referencia de esta plantilla. El Sevilla hizo un esfuerzo ejemplar y tuvo el título en los dedos, pero volvió a aparecer Sergio Ramos en el descuento para empatar y dar luego opción a Carvajal a marcar el gol de su vida. Al hermano de René lo eligieron jugador de la noche, pese al gravísimo error en el penalti que cometió y que puso en ventaja a los andaluces. Su cabezazo a placer fue mérito de un tal Lucas Vázquez, que le puso un balón de oro al que sólo tuvo que empujar.

Está claro que en el fútbol, como en la vida, vale más caer en gracia que ser gracioso. Algo de esto le sucede al defensa blanco. La final de Noruega deja claro, por encima de cualquier otra consideración, que al entrenador Zinedine Zidane los vicios de la época galáctica no le afectan. Ha formado un equipo que corre más que el de los García y que va a por los partidos, aunque sean de segundo orden como la final del martes, de comienzo a fin. Un Madrid galáctico no hubiera corrido hasta el minuto 93, el favorito de Ramos para forzar las prórrogas. El ritual de Lisboa se repitió en la fresca y húmeda Noruega.

Pero, damas y caballeros, señoras y señores diputados, la imagen de la noche no fue el tirazo de Marco Asensio, el cabezazo de Ramos o el golazo de Carvajal; la imagen surgió en medio del partido cuando, enfocado por las cámaras, el entrenador del Sevilla, Jorge Sampaoli, apareció detrás nada menos que de Juanma Lillo, su ayudante. Lillo, al que un puñado de votos impidieron cambiar la historia del fútbol. Si hubiera ganado las elecciones del Barcelona Lluís Bassets en lugar de Joan Laporta, Lillo habría sido el entrenador azulgrana, con Pep Chanel Guardiola como director deportivo. El puñado de votos a favor de Laporta provocó que Lillo no accediera al banquillo azulgrana. Ahora reaparece como segundo en el banquillo del Sevilla, cuyo director deportivo, Monchi, estaba en la madrugada de ayer desolado por la derrota. Se ve que Monchi ha recibido el aviso y se ha dado cuenta de dónde se ha metido.

En las grandes praderas rojiblancas nada parece haber cambiado. Las malas lenguas dicen que el barullo con Jorge Meré es repetición de cuando Abelardo fue traspasado al Barcelona para fichar a un central de vuelta, Giner, y, además, lesionado. Hay quien cree que con el central se está aplicando la norma de que lo de fuera es mejor que lo de casa, y que se ha aplicado, dicen, a la oficina de comunicación. El espíritu está presto, pero la carne es débil. Habrá que estar atentos.