Desde lo más alto del podio, como ha ocurrido en otras veintidos ocasiones, tras imponerse en la final de los 4x100 estilos, puso fin a su carrera olímpica el nadador estadounidense Michael Phelps, el deportista más laureado en la historia de los Juegos. Un oro, el quinto cosechado por Phelps en Río, que sirvió para que el norteamericano elevara hasta un total de 28 metales su cuenta de medallas en unos Juegos, en los que debutó con 15 años, en Sydney-2000.

Dieciséis años de triunfos a los que Michael Phelps puso definitivamente fin con una victoria en una final en la que el "tiburón" de Baltimore fue decisivo para que Estados Unidos lograse el triunfo. Los 50.33 segundos que Phelps firmó en su posta de mariposa, sirvieron para que el equipo de Estados Unidos, que hasta entonces marchaba en segunda posición con una desventaja de 61 centésimas con relación a Gran Bretaña, no solo enjugase la diferencia, sino para que los norteamericanos afrontasen con un ventaja de centésimas los dos últimos largos. Cien metros finales en los que Nathan Adrian selló definitivamente la victoria estadounidense con un tiempo de 3:27.95, nuevo récord olímpico.

Phelps superó en Río el reto más difícil de su carrera, un desafío por encima de récords y medallas, una batalla contra sí mismo, una pugna por dejar definitivamente detrás de sí la leyenda y adentrarse en la normalidad. Da igual si Phelps no pudo colgarse el oro en cada una de sus seis pruebas, o si debió conformarse con la medalla de plata en los 100 mariposa, una de sus carreras predilectas, tras verse superado por el singapurés Joseph Schooling.

Un podio más o menos no va a cuestionar su condición de mejor nadador de todos los tiempos, pero el norteamericano sí necesitaba asumir conscientemente el final de una etapa, dar convencido su última brazada. Phelps no quería volver a cerrar su carrera en falso, tcomo ocurrió hace cuatro años cuando anunció su retirada tras unos Juegos de Londres a los que acudió, como reconoció, hastiado, por pura rutina, empujado por el miedo a dejar el deporte que había dado sentido a su vida y la incapacidad para encontrar alicientes fuera de las piscinas.

Un vacío que no lograron llenar ni las seis medallas que logró en la capital británica, una desazón que le llevó tras la cita olímpica al borde de la depresión, a caer en una espiral de autodestrucción, que tocó su punto más bajo al ser detenido en septiembre de 2014 por conducir bajo los efectos del alcohol. Obligado a acudir a rehabilitación, Phelps reencontró en el desierto de Arizona con la motivación para volver a competir, para luchar por estar en sus quintos Juegos, consciente, ahora sí, de que quería decir adiós luchando de nuevo por el oro en una final olímpica.

Michael Phelps disfrutó a sus 31 años como nunca, acompañado desde las gradas del estadio acuático por su hijo Boomer, de apenas tres meses, y su prometida Nicole Johnson. Los dos principales motivos que propiciaron el resurgimiento de un Michael Phelps, que ahora sí, tiene una razón para dejar atrás su leyenda como el mejor nadador de todos los tiempos.