A principios de la década pasada Ezekiel Kemboi iba camino de ser un ilustre segundón. Ni siquiera su título olímpico de 2004 tenía todo el lustre que tal logro merece, pues estaba ensombrecido por el veto que Kenia había ejercido sobre la participación en los Juegos de Saif Saaeed Shaheen (de nacimiento Stephen Cherono), nacionalizado qatarí el año anterior. Y que se había convertido en el líder indiscutible de los obstáculos con dos títulos mundiales consecutivos y un sideral récord del mundo, que aún sigue vigente. Kemboi acumuló hasta tres subcampeonatos internacionales entre 2002 y 2005 viéndole la espalda a Shahen.
Con el declive de Cherono "el desertor" parecía que, al fin, llegaba su momento. Pero encadena dos nuevos "fiascos", en los Mundiales de 2007 y los Juegos de 2008, derrotado por la nueva perla keniana Birmin Kipruto.
Diez años en la élite, son muchos para un obstaculista keniano. Muchos le dieron por muerto tras su séptimo puesto en Pekín (su peor prestación en un gran campeonato hasta la fecha). Pero en el ocaso de la primera década del siglo las tonas empezaron a cambiar.
En los Mundiales de 2009, disputados en Berlín, consigue su primer título mundial dando una exhibición de fuerza brutal en los 250 metros finales. Desde entonces ha enlazado cuatro títulos mundiales y uno olímpico. Lo ha ganado todo; y lo ha hecho, aunque parezca mentira, si ser nunca el claro favorito. Se ha especializado en hacer temporadas grises, indignas de un corredor de su nivel, pero cuando llega la hora de la verdad es tal su superioridad que es capaz de entrar celebrando la victoria por la calle 8.
En Río, como no podría ser de otra manera, llega con varios rivales por encima tanto en el ranking, como en las apuestas. Pero en semifinales ya ha dado muestra de que lo puede volver a hacer.
Si no existiera Kemboi el gran favorito sería su compatriota Conselsus Kipruto y los aspirantes "la gran esperaza blanca", el americano, Evan Jager y el campeón europeo, Mekhissi Benabad.
Pero Don Ezekiel estará hoy en la pista y hace tiempo que aprendió a ganar.
