Leo Messi, el mejor futbolista del mundo, es transparente. Aunque gane dinero a paladas y esté rodeado de enormes intereses, sigue entendiendo el fútbol como un niño. Por eso igual pilla una rabieta, y dice que se acabó después de perder su tercera final consecutiva, que vuelve como si nada hubiera pasado para sacar del apuro a su selección. Pasan los años y lo único que no soporta es perder. Celebra con idéntico entusiasmo sus goles y los de los compañeros. Y nunca ha tenido un desplante cuando le han negado los reconocimientos individuales. Lo que le gusta es jugar y por eso raramente en todos sus años como profesional ha agotado su período de vacaciones. Suyo es el quinto trono, al lado de los cuatro grandes de todos los tiempos (Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona), pero Messi no ha nacido para quedarse sentado. Afortunadamente.