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Partidos Con Historia

Una final que trae cola

Alemania gana en casa el Campeonato del Mundo de 1974, pero es la finalista Holanda, liderada por Johan Cruyff, la que deja huella para siempre con su fútbol total

El gol de Mülle

Un claro ejemplo en fútbol de que no siempre el que vence convence es el desenlace del Campeonato del Mundo de 1974. Alemania se llevó el título pero para la posteridad quedará sobre todo el espectáculo que proporcionó Holanda, cuyo fútbol es de alguna manera la causa directa, y en buena medida, de lo mejor que se ha visto en los campos desde entonces. La de Munich de hace 42 años aún trae cola.

No era la primera vez que un perdedor creaba tendencia. Hungría también había pasado a la historia a mediados de los años cincuenta con un maravilloso equipo, integrado entre otros por jugadores tan fantásticos como Puskas, Kocsis, Czibor o Hidegkuti, aunque su palmarés se limitase al oro olímpico, si bien esto no era poca cosa, sobre todo en aquellos tiempos. Su fútbol técnico y combinativo se quedó sin premio en la final del Mundial de 1954 ante una rocosa Alemania, pero su ejemplo prendió y se convirtió en una referencia a seguir para quien se propusiese destacar por tratar el balón con delicadeza.

Después de la gran revolución que supusieron los estilistas húngaros el siguiente paso adelante más significativo desde el punto de vista táctico, y con el fin de mejorar el espectáculo, fue el que se dió en llamar fútbol total. El fútbol total no lo inventó la selección holandesa, pues lo llevaba haciendo Ajax desde hacía unos años, pero el escaparate de un Mundial hace que sea el equipo naranja el que pase a la historia como su más caracterizado representante. Del equipo tipo que jugó el campeonato de 1974, también inicialmente la final, seis eran futbolistas criados en el estilo que vio por primera vez la luz en Amsterdam, como forma de contrarrestar el cerrojo que estaba tan en boga desde mediados de los sesenta, con el Inter italiano de Helenio Herrera como gran representante. Se trataba de superar las cerradas defensas contrarias a base de jugar con gran velocidad e intercambiando mucho las posiciones de los jugadores para desconcertar a los marcadores.

Para ello se necesitaba mucha calidad técnica, no menos fuerza física y sobre todo una extraordinaria asimilación de conceptos tácticos que en aquella época resultaban absolutamente novedosos, como la presión por todo el campo. Con todos estos ingredientes, Holanda, capitaneada por un futbolista como ha habido pocos en la historia, caso de Cruyff, empezó a laminar rivales y a ganarse la admiración de los espectadores de todo el mundo.

La final, pese a que le enfrentaba al anfitrión y que para nada era un equipo menor, pues contaba con jugadores del Bayern Munich a porrillo, el equipo que acababa de ganar la Copa de Europa al Atlético de Madrid, y base de la Alemania campeona de Europa en 1972, liderados por otro monstruo del fútbol, Beckenbauer, era vista como la gran oportunidad de conseguir el premio grande a una trayectoria sensacional en el campeonato y por tanto la consagración de un estilo tan bello como eficaz.

Pero nada les salió a los holandeses como se esperaba salvo en los dos primeros minutos de juego. El equipo naranja sacó de centro, fue tocando y tocando hasta que en un momento determinado Cruyff cogió el balón y se fue como una flecha a la portería contraria. Entró con decisión en el área rival, y Hoeness, en tareas defensivas, y víctima de un ataque de pánico, cometió un claro penalti a la hora de intentar cortar la internada. Neeskens lo transformó con su habitual aplomo. Pero justo en ese momento a Holanda le entró el tembleque y permitió la recuperación germana, que poco a poco y con su inquebrantable fé y espíritu de sacrificio, además de la gran calidad de muchos de sus jugadores, acabó dándole la vuelta al marcador. Holanda le concedió espacio al rival y bien que lo acabaría pagando.

Los jugadores que dirigía desde la banda Rinus Michels trataron de recuperar la iniciativa en el segundo tiempo y de hecho lo consiguieron, ejerciendo un dominio casi abrumador y probando fortuna para equilibrar el marcador disparando tanto desde lejos como desde cerca, haciendo gala de sus características combinaciones, y también en momentos de desesperación empleando un fútbol más directo, pero no hubo manera de forzar ni siquiera la prórroga tras estrellarse con la portentosa actuación del portero Maier, salvador in extremis de claras ocasiones de gol.

Alemania casi no se lo creía porque por segunda vez en la historia se había proclamado campeona y batiendo para ello en ambas ocasiones al equipo que partía como favorito. La simpar abnegación germana quedaba una vez más de manifiesto, pero la huella en la memoria de los aficionados la dejaron Cruyff y sus compatriotas, otro de los cuales, Neeskens, le acompañaría en las filas del Barcelona.

Mientras, España se había quedado en casa, eliminada por Yugoslavia en un partido de desempate con gol de Katalinski en Francfort, una España a la que tanto le aportaría Cruyff, pues de alguna forma está en el germen de los éxitos que llegarían muchos años después. Cruyff ya había abierto brecha aquel año conduciendo al Barcelona al campeonato de Liga, después de catorce años sin ganar el título doméstico, tras un recorrido asombroso de victorias y goleadas, con un jalón tan espectacular como el 0-5 en el Bernabéu al Madrid, aunque después los blancos se tomaron la revancha en la final de la Copa, en la que vencieron por 4-0, pero sin participación de la figura holandesa, pues la reglamentación no permitía de aquella que fuesen alineados extranjeros.

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