Ochoa (México), Foulquier (Francia), Hongla (Camerún), Ingason (Islandia), Gastón Silva (Uruguay), Héctor (España), Uche Agbo (Nigeria), Pereira (Brasil), Carcela (Marruecos), Wakaso (Ghana) y Adrián Ramos (Colombia). Podría ser una selección mundial, en uno de esos bolos que se montan para homenajear a algún personaje relevante o recaudar unos euros con fines benéficos, Se trata del once inicial del Granada en el partido del viernes frente al Betis, con el que Lucas Alcaraz consiguió convertirse en el primer entrenador de la Primera División española que alinea inicialmente a once jugadores de once nacionalidades diferentes. Ya lo había rozado un par de veces, algo nada extraño si se tiene en cuenta que en ese vestuario coexisten hasta diecisiete nacionalidades. A los 16.000 espectadores que estuvieron en Los Cármenes pareció no importarles demasiado esa ONU futbolística, quizá animados por el 4-1 al Betis. Guste o no, éste es el signo de unos tiempos en los que los clubes son empresas y las leyes han borrado, o al menos difuminado, las fronteras futbolísticas.
