Lo más fácil y lo más habitual es plantear el fútbol como algo entre buenos y malos. Con la peculiaridad de que ambos papeles fluctúan en función de la camiseta que uno vista. En una liga juegan todos contra todos pero si diseccionáramos el campeonato en la mesa de un quirófano, comprobaríamos que podemos verlo como una sucesión de duelos particulares.

El Cádiz, sin ir más lejos, es el Moriarty del Oviedo. Aunque supongo que los gaditanos pensarán lo mismo de los azules. El profesor Moriarty es el archienemigo de Sherlock Holmes y la primera vez que Conan Doyle lo utiliza es en el relato "El problema final". Nunca se sabe cuándo un tropiezo se convierte en un castigo. No sospechaba Holmes lo que se le venía encima. El Cádiz apareció ante el Oviedo hace dos temporadas en el problema final que no era otro que la fase de ascenso a Segunda División. En estas ocasiones, más que el sustantivo, lo que pesa es el adjetivo. Aunque el oviedismo supiera que, de perder, habría otra oportunidad, no le seducía la idea de partir de cero por enésima vez. Para Holmes, su rival es una mezcla de inquietud y desafío, una mezcla que supone una cuerda floja; la posibilidad de que la mirada se nuble: bien por la impaciencia, bien por la audacia. Como las mejores rivalidades son las más íntimas, al partido del pasado sábado se le vistió de problema final transitorio, una contradicción en sí (aún restan bastantes jornadas), que serviría para encender los ánimos y comenzar a repetir ese tópico tan célebre de que cada encuentro es una final. Si además Moriarty se regodea en crueldades innecesarias, la trama se agudiza: el Cádiz, en aquel mayo ya histórico, cometió la vileza de privar a 155 oviedistas de acceder al Carranza para animar a su equipo. Tan villano de libro resulta ser que no ha esbozado ni el más mínimo gesto de culpa.

Se palpaba en el aire que, de obtener la victoria, podía ser un triunfo significativo: porque estamos en una etapa de asentar posiciones y por compensar el despropósito de marzo de 2016 con la visita del Valladolid. Aunque con Moriarty nunca se sabe, pues lo mismo se cae de una azotea al vacío a primera hora de la mañana y a las cinco de la tarde está esperándote para tomar el té. Esta vez, en vista del resultado, tendrá que posponer sus fechorías para un tercer episodio. A mis espaldas alguien susurró: ¿Te imaginas que nos juguemos el ascenso a Primera contra éstos? Y pensé que si fuera así, hablaríamos con total propiedad del problema final. No quisiera ser un Watson taciturno que escribiera con pena unas memorias indeseadas de Sherlock Holmes. De momento, por las inmediaciones de Baker Street no serán pocas las especulaciones y las hipótesis.

Lo que sí ya debe saber a estas alturas el Moriarty gaditano es que al crimen se le derrota a cabezazo limpio y por el aire: Cervero, David Fernández, Linares y Christian Fernández, agentes de Scotland Yard.