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El observatorio

Ola aparte

España ganó con claridad, pero no llegó a dar motivos para el entusiasmo

En un partido de competición, y éste lo era, manda demasiado el resultado para no hacerle caso. Por eso, lo que desde la perspectiva española importa es que su selección ganó el partido y mantiene todas las opciones de disputarle a Italia la cabeza del grupo. Pero desde que hace años llegó a la cumbre y se mantuvo en ella, a España se la mira de una forma especial, entre la nostalgia por lo que fue y la esperanza por lo que puede volver a ser mientras, en medio, los suspicaces enarbolan la bandera del desánimo.

De todo eso hubo algo en el partido de anoche en El Molinón. Durante buena parte del encuentro España impuso su inercia, la del gran equipo que se sobrevive a sí mismo a pesar del desgaste de los años, porque, si hacemos caso del calendario, todavía es un equipo joven. De Iniesta para abajo, todavía hay en este equipo calidad a espuertas para controlar el escenario y dominar el partido con posesiones eternas de balón. Pero hay también no poco de manierismo, que se refleja en esa resistencia a buscar el gol por el camino más directo. Por suerte para España, Israel fue una buena víctima propiciatoria, pues dio facilidades poco frecuentes en tres de los goles que recibió, aunque también es cierto que los postes devolvieron remates de Thiago y Silva que fueron cualquier cosa menos remates pifiados.

A Lopetegui, el nuevo seleccionador, se le pide que insufle a este grupo de grandes jugadores una ambición renovada. También a este respecto el partido de anoche era una prueba, que comenzaba por despejar la duda de quién debe comandar el ataque español, algo que no es baladí, porque en cierto modo condiciona todo el funcionamiento del equipo. Lopetegui de momento se inclina por Diego Costa, reincidiendo en la apuesta que amargó la despedida de Del Bosque. Y Costa estuvo fuera del partido durante muchos minutos, en el que entró al fin no tanto cuando logró marcar sino, sobre todo, cuando retrasó su posición para arrancar desde atrás, lo que sucedió en los minutos finales.

España, en fin, exhibió sus poderes, los conocidos, la solvencia de su pareja de centrales, la clarividencia de Busquets, los recursos de Silva o la inmarcesible clase de Iniesta, y, en el aspecto de la renovación, puso en activo a otros, como ese Carvajal cada vez más consistente. Pero no entusiasmó. Que el público hiciera la ola en algunas ocasiones no debe llamar a equívoco. Cuando un equipo realmente atrapa el ánimo de sus seguidores no les deja tiempo para esos entretenimientos.

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