El Mundial jugado en México en 1970 pasa por ser como mínimo uno de los más bellos de la historia. Con unas selecciones repletas de grandísimos jugadores y un campeón, Brasil, excelso, fueron numerosos los partidos que estuvieron cargados de momentos memorables, pero hay uno en particular entre los 32 que se disputaron que se ha quedado para siempre como ningún otro en el recuerdo de los aficionados. Y todo por treinta minutos electrizantes. Quizás la media hora más apasionante que jamás se haya visto en un Campeonato del Mundo.

Por si fuese poco ese espectacular encuentro fue una de las semifinales de la competición. Y con protagonistas del más alto nivel. En liza estaban nada menos que la campeona de Europa, Italia (ganadora de Yugoslavia en 1968), y la subcampeona del mundo, Alemania (derrotada por Inglaterra en 1966). El ganador trataría de mantener la supremacía europea en el torneo, pues la otra semifinal enfrentaba a Brasil y a Uruguay.

Italianos y alemanes se presentaban en forma, cada uno a su modo. Italia había pasado como primera de grupo marcando sólo un gol (una victoria y dos emnpates a cero), y en el cruce de cuartos de final acabó con las esperanzas de la selección anfitriona endosándole un contundente 4-1. Alemania, por su parte, llegaba en vena goleadora. Diez goles en la fase de grupos, a los que había que añadir los tres de unos cuartos en los que se vengó de la derrota de cuatro años antes ante Inglaterra. Para que la revancha fuese más completa se impuso a los británicos tras llegar a ir perdiendo por 2-0.

Italia no accedía a una fase tan avanzada desde 1938, cuando se había proclamado campeona por segunda vez consecutiva. De hecho, ni había superado la fase de grupos desde entonces e incluso en el Mundial anterior había ido para casa tras perder con Corea del Norte, en uno de los resultados más sorprendentes de la historia de la competición. Alemania había cogido velocidad de crucero desde 1954, cuando se proclamó campeona derrotando a la favorita Hungría, y a lo mínimo que había llegado en cada edición posterior era a cuartos de final.

Era un choque de trenes en toda regla aunque no se desencadenó en todo su esplendor hasta la prórroga. Italia había cogido ventaja pronto, a los ocho minutos, gracias a su "cazagoles" Boninsegna, y Alemania, pese a su dominio casi aplastante, no fue capaz de empatar sino in extremis por medio del lateral izquierdo Schnellinger, que curiosamente jugaba en Italia, en el Milán, y no había marcado antes con la selección ni volvería a hacerlo (fue 47 veces internacional). Los italianos se habían defendido como gato panza arriba de las constantes acometidas rivales, con paradas prodigiosas de Albertosi o intervenciones milagrosas de sus defensas, para frustrar una y otra vez a los "bombarderos" alemanes, Müller y Seeler, que formaban un tándem goleador de mucho cuidado.

Lo que no se esperaba a la vista de cómo se había desarrollado el partido era que el tiempo extra ofreciese unas emociones tan extraordinarias, que estuvieron a punto de llevar al infarto a muchos espectadores. Los alemanes con la moral a tope tras mantenerse vivos tomaron ventaja en el marcador, con un acertado remate de Müller. Parecía entonces que iba a repetirse la historia de su partido con los ingleses, y su remontada espectacular, sólo que los italianos sacaron sus mejores armas, esas que les permite ganar partidos en tantas ocasiones sin necesidad de hacer un gran fútbol, y le dieron la vuelta al marcador con tantos de Burgnich (su segundo y último gol con su equipo nacional, en 66 partidos) y Riva. Pero buenos son los alemanes como para darse por vencidos y volvieron a la carga, hasta lograr empatar de nuevo, otra vez gracias a Müller. El intercambio de golpes, en forma de goles, era inusitado pero todavía quedaba uno más para que el partido entrase definitivamente en la leyenda. Con los alemanes casi celebrando el nuevo empate, en la jugada inmediata al saque de centro, el estilista Rivera sentenció a falta de seis minutos. Era el quinto gol de una prórroga inolvidable.

Nadie daba crédito a lo ocurrido. Había sido una batalla tan formidable que en el Estadio Azteca, escenario de esta semifinal, fue colocada posteriormente una placa en la que se califica este partido como "el del siglo", una denominación con la que pese a todo no todo el mundo está de acuerdo. Y no es que lo diga un cualquiera. Nada menos que el "káiser" del fútbol alemán pone sordina a la relevancia de aquel partido. Beckenbauer, que acabó el choque con el brazo derecho en cabestrillo al resultar dislocado su hombro por una entrada de Cera, reclamada como penalti por los alemanes, sin que pudiese ser sustituido, al haber hecho ya su equipo los dos cambios permitidos de aquélla, ha dicho que "nadie se acuerda de lo ordinario que fue el partido en sus primeros noventa minutos". Alemania acabó tercera al ganar a Uruguay (1-0), mientras Italia no pudo ser más que una espectadora privilegiada de una nueva exhibición de Brasil, esta vez en la final (4-1).

España seguía su descenso a los infiernos. La que había sido campeona de Europa en 1964 no pasó de la primera fase en el Mundial del 66 y cuatro años más tarde ni siquiera se clasificaba, eliminada por Bélgica, en un grupo en el que también fue superada por Yugoslavia y que remató con una penosa derrota ante Finlandia. Hubo relevo en el banquillo, pero la llegada de Ladislao Kubala tampoco fue capaz de revertir la tendencia y España también se quedó fuera de la gran cita futbolística en 1974.