El viernes, el Oviedo había encarrilado perfectamente un partido que le podía dar cierto margen para asegurarse una plaza de promoción de ascenso a final de temporada. Con la victoria hubiese dejado al Huesca a cuatro puntos a falta de siete partidos. Pero entonces, sin venir a cuento, un futbolista empezó a poner en peligro esa ventaja y quién sabe cuantas cosas más. En el último minuto del primer tiempo, mientras la atención de todos se centraba en el corazón del área en un saque de falta, Christian Fernández se desentendió del balón para bloquear el movimiento de un rival arriesgándose a un doble castigo: penalti y expulsión. Libró por la ceguera, o la cobardía, del juez de línea más próximo a la jugada. Sabiendo como vuelan las noticias en estos tiempos, no sería raro que durante el descanso llegasen al vestuario del árbitro noticias y hasta imágenes de esa acción. Algo de eso se intuye por la reacción de López Amaya cuando Christian repitió la maniobra a los diez minutos del segundo tiempo. Lo que en condiciones normales se hubiese quedado en una amonestación, se convirtió en una roja fulminante. Christian se creyó intocable y lo pagaron sus compañeros y, en definitiva, el club. Esperemos que al final de temporada no haya que lamentar esos dos puntos.
