El 18 de mayo de 2003, el Carlos Tartiere olía a muerto en el derbi asturiano. El Oviedo se arrastraba por Segunda División, colista y casi abandonado por su afición. Apenas 12.306 espectadores se acercaron al nuevo campo, que desde su inauguración dos años antes no había ganado para disgustos. Mil de los asistentes eran seguidores del Sporting, tan quemados con su equipo que apenas encontraban motivación para regodearse en el hundimiento del eterno rival. El Oviedo ganó aquel derbi (2-1), pero seis jornadas después consumaba su salida de la competición profesional, por primera vez en 23 años, aunque lo peor estaba por llegar en los despachos. El Sporting libró discretamente en el campo con un décimo puesto, pero la ruina se cocinaba en el puente de mando, donde nadie encontraba solución para el desastre económico. El 9 de septiembre volverán a encontrarse en un partido de Segunda División, una categoría que les queda pequeña, aunque las perspectivas de futuro son muy diferentes a las que se intuían hace catorce años.

Quizá porque se veía venir, o porque los números le señalaban como claro candidato, casi nadie se rasgó las vestiduras por el reciente descenso del Sporting, tras un paréntesis de dos temporadas en Primera. En apariencia, el sportinguismo acabó tan decepcionado con el equipo como el oviedismo con el suyo, al desinflarse en las últimas jornadas tras acariciar, por segunda temporada consecutiva, el play-off.

Por historia, estructura de club, relevancia social y apoyo popular, tanto el Oviedo como el Sporting se sienten incómodos en Segunda. Lo saben bien los jugadores y entrenadores que han pasado por el Tartiere y El Molinón. Lo huelen hasta los visitantes, como ocurrió en su momento con Juan Antonio Anquela, cuando tras un partido con el Alcorcón sentenció: "Este campo se come a los futbolistas". Y a los entrenadores, podría añadir el nuevo ocupante del banquillo azul. Muchos de sus antecesores se quejaron de la presión que sufría su equipo en los partidos en casa.

Esta temporada, por gentileza de la rivalidad, se dobla la apuesta. Azules y rojiblancos no sólo estarán pendientes de su trayectoria, sino que semana a semana mirarán de reojo a lo que ocurre a 28 kilómetros. Habrá una competición de 22 equipos y otra liga particular entre los dos grandes asturianos. Aunque los dos derbis provoquen los lógicos dolores de cabeza entre los fanáticos de los dos bandos, la recuperación de la rivalidad es un aliciente añadido para esperar con ansia el comienzo de la temporada.

Sporting y Oviedo parten, además, en el paquete de favoritos a ocupar los puestos altos de la tabla. Un poco más el equipo gijonés, por venir de donde viene y por unos números que le sitúan entre los tres primeros presupuestos de Segunda División. El descenso es un contratiempo, pero dejó de ser un drama desde que la Liga de Fútbol Profesional instauró las ayudas para amortiguar el impacto económico. Con los casi diez millones que recibirá esta temporada de ese fondo, el Sporting, junto al Granada y Osasuna, está un cuerpo por encima del resto de los equipos de la categoría.

El traspaso de Jorge Meré, que dejará entre siete y nueve millones en las arcas del Sporting, acabó definitivamente con las limitaciones que los responsables gijoneses han tenido en las últimas temporadas para confeccionar la plantilla. Incluso se han permitido el lujo de fichar a un defensa central, el italiano Barba, por 1,7 millones de euros. Esta incorporación, así como la del colombiano Quintero, pondrá a prueba el ojo de Miguel Torrecilla, la persona elegida para cambiar la tendencia de la errática política.

La primera decisión de Torrecilla, el fichaje de Paco Herrera como entrenador, fue tan bien recibida como el relevo en el banquillo del Oviedo. La afición azul ve en Anquela todo lo que echaba de menos con Fernando Hierro: una trayectoria larga como técnico, casi siempre acompañada por buenos resultados en la categoría que intenta abandonar el Oviedo. Y, sobre todo, Anquela siempre ha sido un entrenador que ha conseguido situar a sus equipos muy por encima de sus posibilidades económicas.

Sin Diego Cervero ni Michu, banderín de enganche del oviedismo en los malos tiempos, a Anquela le corresponde armar un bloque de los suyos, duros de roer. A ese perfil responden algunos de los fichajes (Carlos Hernández, Mossa, Folch o Aaron Ñíguez), a la espera de conocer la respuesta de otros desconocidos para el gran público. El peso de la cantera, con algunos apuntes típicos del verano, no se podrá contrastar hasta que empiece lo serio.

Algo parecido ocurre en Gijón. Promocionados a la fuerza por Abelardo un puñado de guajes en el último ascenso, Herrera ha señalado a dos canteranos como alternativas para las carencias que, hoy por hoy, observa en el centro del campo del Sporting. Nacho Méndez y Pedro Díaz son las únicas esperanzas de maquillar la raquítica cuota asturiana, ya que sólo Sergio se perfila como titularísimo. Las urgencias no dejan demasiado margen para dar cuerda a los meritorios.

El Sporting y el Oviedo entonan al alimón el "volveremos", empujados por dos de las masas sociales más numerosas de la categoría, con unos números sólo al alcance del Zaragoza. Pero, en caso de que el balón no respalde esas ambiciones, el futuro parece despejado a medio plazo. Las deudas concursales de los clubes, auténtico lastre durante la última etapa para el despegue deportivo, quedarán resueltas, o casi, a finales de año. Así que la lógica indica que, tarde o temprano, la rivalidad asturiana volverá a vivirse por todo lo alto, en Primera División, como aquella temporada 1990-91 en que los dos lograron su clasificación para la Copa de la UEFA.

Mientras tanto, la Segunda también invita al disfrute. Basta con echar la vista atrás para que el oviedismo recuerde la larga travesía por el desierto de la Tercera y la Segunda B; o el sportinguismo las negras perspectivas antes de que Abelardo y sus chicos obrasen el milagro.