El escritor argentino Roberto Fontanarrosa cuenta en 19 de diciembre de 1971 la historia del viejo Casale, un hincha de Rosario Central que jamás había visto perder a su equipo contra su eterno rival, Newell´s Old Boys. Sucede que ambos equipos llegan a la semifinal del torneo nacional y, claro está, la presencia del señor Casale es obligada, que no está la cosa en el fútbol para tentar a la suerte. Pero claro, la vida no es tan fácil, y el señor Casale está ya un poco entrado en años y algo flojo del corazón, por lo que ha decidido encerrarse para no saber nada del partido y que la patata no le dé un susto. Un grupo de hinchas de Rosario se encargarán de que no sea así, y vivirán una aventura que es uno de los mejores cuentos de fútbol que se han escrito en la historia.

Catalina Villanueva (Oviedo, 1963) nunca ha visto perder al Oviedo en un derbi. No ha asistido a todos, claro está. Pero en 1989, en el primer derbi tras el último ascenso a Primera de los azules, se hizo los 8.960 kilómetros que separan la localidad de Novato, cerca de San Francisco (EE.UU) de Oviedo para estar al lado de su equipo.

Villanueva había ido a Estados Unidos a aprender inglés. Aquel año, no volvió a casa por Navidad, pero la llamada del oviedismo fue lo suficientemente fuerte como para hacerlo unos días después: el 8 de enero se jugaba el derbi en el Carlos Tartiere. "Los derbis me ponen muy nerviosa y aquel, siendo el primero después de tantos años, más. Hasta aquella semana, hablaba habitualmente con la gente de la peña Chiribí, nos escribíamos cartas o llamaba al teléfono del bar. Pero aquella semana fue mucho, llamaba todos los días para ver cómo estaba el equipo y llegó un momento que no aguanté más y decidí viajar a Oviedo para ir al partido. Me gasté casi todo el dinero que tenía en los billetes?", dice.

Habría que ver la cara de Duncan y Noel, los progenitores de la familia con la que vivía, cuando les dijo que se iba unos días a España para ver un partido de fútbol. Y también hubiera sido interesante contemplar la de Ángel, el padre de Catalina, que recurrió a esa táctica tan paternal de decir "haz lo que te dé la gana", por si colaba. Pero no coló. Y Catalina cogió su avión y se plantó en Madrid. "Ramón Tartiere fue a recogerme a Barajas y vinimos para Oviedo. Imagínate la fiesta cuando llegué".

Después, el partido en antiguo Carlos Tartiere. "Yo tenía mi sitio en la esquina de la Chiribí. No había sitios como ahora, pero más o menos todos sabíamos dónde nos poníamos. Cuando marcó el gol Tomás la alegría fue inmensa. Lloré mucho. De alegría y de alivio, porque imagínate que me hago ese viaje y encima perdemos". Después del encuentro, directos al Chiribí a festejarlo.

Apenas estuvo cuatro días en Oviedo, pero la alegría de la victoria compensó también algo el esfuerzo económico. "Como habíamos ganado, mis abuelos y mi padre me soltaron algo de dinero, así que me recuperé un poco económicamente". Ya de vuelta en Estados Unidos, su padre le envió un recorte de periódico en el que aparecía una foto: era ella, con la bufanda de la peña Chiribí, en la grada del Tartiere durante el derbi.

Catalina recuerda aquellos tiempos con nostalgia: "Era un fútbol más leñero, pero más de tú a tú. Los jugadores eran mucho más cercanos que ahora". Si tiene que elegir un jugador, se queda con tres: "Carlos, Hicks y Juliá". Y recuerda con mucho cariño aquel ascenso de 1988. "Salí a celebrarlo y tardé dos días en volver a casa. Fui al aeropuerto a esperarlos y, cuando llegaron, me colé en el autobús. Iba sentada en las escaleras de atrás pero no sé con qué chiste que contaron me reí demasiado alto y Miera me pilló. Me bajaron en Piedras Blancas y volví a Oviedo en un Renault 12, con dos chicos que habían ido a recibir al equipo".

-¿Y te compensó hacer ese viaje tan largo?

-"Ganar un derbi lo compensa todo".

-¿Cómo entiendes tú la rivalidad?

-"Yo soy del Oviedo y del que juega contra el Sporting".