Hay jugadores que marcan la diferencia. Romario era uno de ellos. En España nunca se pudo comprobar mejor lo especial que era como el 8 de enero de 1994 cuando se reveló como clave en una de las palizas más señaladas del Barcelona al Madrid. Era la jornada 18 de Liga. El brasileño ya había marcado muchos goles (13) y dado sobradas muestras de su talento especial, aunque no por ello dejase de recibir críticas, porque se le consideraba con razón algo perezoso, por lo que para que ni hubiese ninguna duda de que no sólo era fuerte con los modestos tenía que refrendar sus cualidades ante un grande. Como el Madrid, por mucho que aquel Madrid se presentase ofreciendo notables carencias en el Camp Nou.

La receta de Benito Floro para hacer del Albacete un "queso mecánico", por aquello de la "naranja mecánica" de Holanda de los setenta aplicada a La Mancha, dado lo bien que jugaba su equipo dentro de sus posibilidades, estaba lejos de funcionar tan bien en un equipo de la exigencia del Madrid. El mensaje del técnico nacido en Gijón no acababa de calar en una plantilla blanca que venía de dos decepciones tremendas en las dos campañas anteriores, cuando perdió el título liguero en la última jornada, en ambas ocasiones ante el Tenerife en Santa Cruz, y cuando dependía de sí mismo, con el agravante de que las dos veces el campeonato se fue para el máximo rival, el Barcelona.

Pese a ello el Madrid estaba entre los perseguidores de un Deportivo que a las órdenes de Arsenio se mostraba tan sólido como brillante, y que tenía también a rebufo a un Barcelona ganador de la Liga las tres últimas temporadas. Sólo dos puntos, lo que valía la victoria entonces, separaban a madridistas y azulgranas en la penúltima jornada de la primera vuelta de aquella temporada (los barcelonistas eran segundos y los blancos, quintos, mientras el conjunto coruñés tenía a su vez dos más que el Barcelona), pero como se pudo comprobar, y no sólo por el resultado, había todo un mundo futbolístico de distancia entre ambos.

Por si fuese poco disponer de un delantero tan decisivo como Romario, el Barcelona era un equipo tan dinámico y frívolo como el Madrid plano y previsible. Así bastó un primer zarpazo para que el Madrid se viniese abajo y casi se acoplase al papel de un espectador privilegiado de un partido cuyos jugadores ansiaban que se acabase cuanto antes para evitar sufrir más vergüenza. Claro que aquel primer gol no fue un tanto cualquiera. Es uno de los más famosos de la historia de la Liga. El del regate de Romario a Alkorta. El brasileño recibió la pelota de espalda y a una velocidad prodigiosa se dio un giro de ciento ochenta grados arrastrando el balón con la pierna derecha para deshacerse del defensa, al que como quien dice le sacó tres metros en dos, para resolver de inmediato con un sutil toque también con la pierna diestra la salida a la desesperada de Buyo en una acción en conjunto que dejó a todo el mundo boquiabierto.

Floro trató de cortar lo que ya intuía que se le venía encima metiendo de inmediato tras el gol a Fernando Hierro, a costa de un delantero, Alfonso, con el objetivo de reforzar la defensa, pero ni así hubo remedio para un día fatídico. Otro de esos jugadores que se ganó el calificativo de grande, por resolver partidos grandes, como Ronald Koeman, se encargó de aumentar el boquete por el que sangraba el equipo blanco, con un cañonazo de los suyos en un lanzamiento de falta directa al comienzo del segundo tiempo para a continuación seguir procediendo Romario con su pulverización de la defensa enemiga, en su segunda ocasión a pase de Nadal y en la tercera tras un servicio de Laudrup, que le robó la cartera a Luis Enrique, el con el tiempo jugador y entrenador barcelonista. El también asturiano Iván Iglesias, completó la goleada, cruzando el balón lejos de la salida del portero madridista, después de una asistencia de Romario, que rubricaba así un partido inolvidable.

No fue el primer hat trick de Romario en la Liga española -de hecho, en la primera jornada de Liga marcó los tres goles del Barcelona ante la Real Sociedad-, ni fue el último, pues después de este, el tercero, logró otros dos, ante Osasuna y Atlético de Madrid, equipo este último al que asimismo le hizo tres tantos en la primera vuelta, con lo que se convirtió en el primer futbolista de la Liga que conseguía la cifra de cinco, pero evidentemente ninguno tan recordado, sea por amigos o enemigos, de este futbolista de dibujos animados como lo describió Jorge Valdano, por sus regates prodigiosos y la perfección de sus acciones.

El Barcelona acabó ganando el título, de nuevo por un fallo del rival, en este caso el Deportivo, al errar Djukic un penalti contra el Valencia en el último minuto del último partido, y Romario se proclamó además máximo goleador de la Liga, con treinta goles. Pero nunca volvería a ser lo mismo. Ni para el Barcelona de Cruyff, el primer azulgrana que como jugador, en 1974, en el Santiago Bernabeu, y como entrenador le ganaba 5-0 al Madrid, ni para Romario. El desplome de este Barcelona se inició el día que perdió la final de la Liga de Campeones de aquel año, ante el Milán, por 4-0, y el de Romario, coincidiendo con el cuarto título mundial ganado por Brasil, igualmente en 1994, en el que fue uno de los jugadores más destacados.

Romario, emocionado por el extraordinario recibimiento popular al equipo y echando de menos el estilo de vida de su país, después de que llevase viviendo en Europa desde 1988 -los cinco primeros años en Holanda, en donde jugó con el PSV Eindhoven-, empezó a preparar el terreno para regresar a Brasil, lo que se consumó a mediados de la temporada siguiente.

Menos todavía duró Floro en el Madrid. Justo a los dos meses de la paliza en el Camp Nou fue destituido, dando paso a Vicente del Bosque, en su primera etapa como técnico de los blancos. Hasta final de temporada, cuando tomaría el relevo Jorge Valdano y se pondría en marcha la venganza sobre el Barcelona.