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La huella que nunca se borra

El Brujo eligió La Calzada para vivir y El Molinón para golear

El altar, en el templo. ÁNGEL GONZÁLEZ

Cada jornada comenzaba con un suspiro. "Venía todos los días a desayunar, un café y una pasta, que le gustaba tanto que siempre la recibía con un suspiro, así que acabamos bautizándola así y ya nos pedía un suspirín". A pocos pasos del domicilio de El Brujo, Pili Pena hace honor a su apellido al traerle a la cabeza la figura de Quini. Ella atiende la barra de la vinatería Vitium, donde se asienta la peña sportinguista Siete Pichichis, que tiene reservado un rincón de privilegio en el local en el que se exponen un puñado de reliquias: una camiseta firmada y enmarcada, varios retratos de El Brujo con el dueño del negocio, Miguel Zapico, y con los miembros de la peña. En otra pared, a gran tamaño y también enmarcada, un gran lazo negro adorna la mítica instantánea de El Brujo junto a Johan Cruyff. Y es así, como la leyenda se sostiene en una inmensa humanidad.

La pista sobre los refugios de Enrique Castro, el sencillo, el vecino de La Calzada, el que "siempre daba los buenos días", la dio Candela Mallada, que pasea a su pequeño yorkshire llamado "Scotty" por la zona misma donde se le paró a Quini su gigantesco corazón. "Mi hijo Nacho (de 22 años) vio el revuelo que se formó porque había bajado a airear a "Scotty" esa noche", explica antes de confesar que "al principio no nos dimos cuenta de que era Quini, luego al ver las noticias lo relacionamos". La calma habitual de este barrio en el entorno de las calles Toledo y Los Andes quedó alterada por la pérdida de su vecino más ilustre. Quini pasaba el día en Mareo, pero podía vérsele a primera hora desayunando, y al atardecer buscando aparcamiento por la zona o frecuentado el bar Eloy, ahora cerrado a cal y canto y en disposición de ser alquilado, como una muestra más de luto.

La tranquilidad del oeste gijonés contrasta con fuerza con el ajetreo en torno a la puerta número 9 de El Molinón, en un mediodía con rastro dominical en torno al estadio gijonés. La procesión es continua en torno al altar popular, en el que hay de todo hasta una camiseta del Barakaldo que el sábado jugó contra el filial en Mareo. También símbolos del Oviedo, del Betis, del Lugo, entre los recuerdos sportinguistas. Hay velas, flores, la lámina de LA NUEVA ESPAÑA con una caricatura de El Brujo, mensajes personales y hasta unas espinilleras que sólo su dueño sabrá qué relación tienen con El Brujo. Allí, observa en silencio otro Quini. "En realidad, me llamo Joaquín de la Rosa, pero todo el mundo me llama Quini", explica este onubense afincado en la ciudad por amor y padre de una hermosa gijonesa de cuatro años llamada Alba. "Hace 25 años que lo conocí un día que subí a Mareo y le hizo gracia la coincidencia", detalla. Si te llamas Quini y vives en Gijón, las anécdotas abundan: "Un día reservé mesa para dos en La Zamorana, donde tiene su sede la peña sportinguista Quini, y noté que era la mejor mesa del local y que los camareros me miraban raro". Joaquín, Quini, que hermosa coincidencia, se persigna y sigue camino para no entorpecer la procesión ante el altar.

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