El lunes el Levante presentó a un nuevo entrenador, con el encargo de conseguir lo que ya tenía durante toda la temporada con Juan Ramón López Muñiz: mantener al equipo fuera de los puestos de descenso. Hay que reconocer a los directivos levantinistas su paciencia con la racha de malos resultados y que, a diferencia del Málaga, Las Palmas y Deportivo, resistieran la tentación de recurrir a lo fácil. Pero es que Muñiz se había ganado esa confianza. Ascender como lo hizo el Levante la pasada temporada es una rareza. Basta mirar la Segunda División de esta campaña, y de muchas otras, para entender lo difícil que es marcar diferencias de esa manera. Pero es que, además, el Levante no ha dado los síntomas de descomposición de sus rivales directos. Y en las últimas jornadas le ha pasado de todo: el escándalo arbitral que le impidió ganar en Mestalla y los goles en el tiempo añadido de los dos últimos partidos con Muñiz, que le costaron tres puntos. Otra cosa es que, en Getafe, todas las desgracias se transformaran en venturas. En cualquier caso, Muñiz se marchó como lo que es, un señor, y seguro que a la larga en Valencia le van a echar de menos.
