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El día que jugué contra un NBA

Swift es un tipo tímido y empático, que se lleva el balón con una comodidad insultante y que encesta fácil: un gigante contra niños

El día que jugué contra un NBA

El mismo ritual se repetía una vez más. Llegada al polideportivo, charla con los compañeros, y a enfundarse la camiseta azulona del Navia, la misma que llevo vistiendo desde mis comienzos en el mundo del baloncesto. Lo habitual en día de partido. Pero el del sábado no fue un encuentro cualquiera. Principalmente, por el rival. Allí, sobre la cancha, el equipo gijonés practicaba el tiro de forma desenfadada antes de comenzar el calentamiento. Por encima de todos, con sus 216 centímetros, destacaba Robert Swift. Porte imponente, característicos pelo y barba rojizos, brazos cubiertos de tatuajes. No había duda, era él, y estaba en Navia. Lo nunca visto.

Para alguien que roza la treintena, que tiene el baloncesto como afición y que desde bien joven ha vivido con un ojo pendiente de la NBA, la considerada como la mejor liga de baloncesto del mundo, enfrentarse a alguien que ha estado allí es, a priori, un imposible. La vida y sus circunstancias, unido al proyecto basado en este deporte que se gesta en Gijón, el del Círculo Gijón Baloncesto y Conocimiento (CGBC), lo han convertido en real. También, eso está claro, el trabajo de mi club, el Club Baloncesto Navia, que nunca ha dejado de pelear por el basket en el Occidente asturiano.

Es muy probable que, durante las muchas partidas de la consola que nos echamos, mis amigos y yo hayamos elegido y jugado con el equipo de Swift cuando él militaba primero en los Supersonics de Seattle, y más tarde en los City Thunders de Okhlahoma. Aunque el pívot no destacaba especialmente en aquellos equipos, sí lo hacían compañeros suyos como Ray Allen, Rashard Lewis o los jóvenes Kevin Durant y Russell Westbrook. Todos ellos grandes estrellas, admirados e imitados por nosotros.

El salto inicial me sirvió para calibrar la dificultad del choque con Swift como máxima. Se llevó el balón con una facilidad insultante, y desde el primer minuto se vio que él no tendría rival en nuestro juego interior. Ninguno de los nuestros llega a los dos metros. La táctica era, desde un principio, mantenerlo alejado del aro, con una defensa en zona bien plantada y cerrada. Sin embargo, poco se pudo hacer. Las primeras canastas del partido fueron suyas, tras atrapar el rebote ofensivo y dejar el balón caer, mansamente, dentro del aro. Como un gigante jugando contra niños.

En los minutos que coincidimos en cancha, tuvimos algunos encuentros más. Como los dos tapones que me colocó, o la falta personal, mi tercera, que apliqué para impedirle subir el balón. Casi me levanta a mí también. Físicamente muy por encima del nivel de la categoría, se le ve aún falto de un rodaje que podrá ir cogiendo en el seno del club gijonés. Atento en defensa, centrado en ataque, repartiendo balones y anotando en la zona, en Navia se vio a un Robert Swift serio y seguro de sí mismo. También a una persona normal, nada engreída, sencilla y respetuosa.

Swift es un tipo casi tímido, que genera empatía en las distancias cortas. Al acabar el partido, y mientras sus compañeros ya estaban en la ducha, dedicó diez minutos para hacerse fotos y firmar autógrafos con un sinfín de niños y jóvenes de la zona. El resultado, de derrota para los locales, no pudo empañar un día especial para quien escribe. El día que me las vi contra un jugador NBA.

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