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El hijo de Esther

Soy culpable

Confieso mi culpabilidad. Confieso que lo he hecho. Confieso que no me he podido aguantar. Confieso que he sido hasta descarnado. Confieso que he disfrutado como un niño en día de Reyes.

Confieso, sí, confieso que me he reído hasta la saciedad del FC Barcelona desde el pasado martes, cuando la Roma dejó a los blaugranas fuera de la Champions con tres goles como tres soles y con un aroma a ridículo ya habitual del Barcelona en cuartos y del que dicen (erróneamente) es el mejor jugador del mundo y de todos los tiempos (aquí también erróneamente). Y también confieso que he disfrutado incluso más con la eliminación del equipo del llamado mejor entrenador del mundo (otro error más), Josep Guardiola, que desde que dejó Barcelona da tumbos ganando lo normal y naufragando de forma estrepitosa en la Champions League, donde se corta el bacalao para los buenos de verdad. Todavía recuerdo el 0-4 del Real Madrid en el Alliance Arena cuando los "atletas" madridistas humillaron sin piedad a ese mal perdedor que es Guardiola.

Solamente tuve un momento de silencio. Sí, se lo imaginan. Los 45 segundos minutos del Madrid-Juventus, donde el mal juego blanco me dejó sin poder cenar con unos amigos (no podía ni tragar saliva) aunque sólo fueron 2.700 segundos. Cuando Cristiano Ronaldo (éste sí es el mejor jugador del mundo), después de 5 minutos de tensión con los jugadores de la Juve moviéndole el balón del punto de penalti hasta seis veces, clavó la pelota en la escuadra, y tras el lógico alborozo madridista, volví al camino segado y recuperé la sonrisa que se volvió en carcajadas varias al escuchar a todo tipo de comentaristas del ámbito madrileño-culé bramar contra un penalti "injusto" y hablaban de robo. Incluso un diario deportivo catalán lo denominó "el robo del siglo" en primera página sin sonrojarse por la historia Aytekin el pasado año. Criaturas.

El caso es que con el paso de los días hasta el que más protestó en el campo, Buffon, no se atreve a afirmar que el penalti no fue penalti, pero los contumaces siguen su camino y yo, que también soy contumaz, me regodeo en el cabreo de los culés y disfruto aún más del mosqueo estratosférico de Guardiola que ve la mano del Madrid en todo y que demuestra con el paso de los años que su madriditis no es sólo futbolística, sino también política, que continuamente mete dentro del fútbol ensuciándolo con lazos amarillos en homenaje a golpistas encarcelados y no a políticos presos. Es Guardiola el que mete la política en el fútbol. Como antes lo hizo el Barcelona, cosa que dejó un poco de lado cuando se dio cuenta de que perdía un 30 por ciento de asistencia al Nou Camp.

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