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Pescador | Memorias de pesca

El primer salmón de 1953

La verdadera amenaza para la especie es su pesca en el mar

El primer salmón de 1953

En 1953 pesqué mi primer salmón en el Narcea y ahí terminó mi etapa de truchero. Mi padre, sin embargo, siguió pescando truchas aún varios años a pesar de que había ya conseguido echar a tierra varios salmones, dos de ellos con el aparejo de trucha.

El año 1954 fue el mejor año de salmones en el Sella, casi tres mil si incluimos los salmones que pescaban Franco y su séquito, que no se precintaban. Recuerdo que un día de mayo hubo una crecida del río después de una fuerte tormenta: cuando aclaró el agua al día siguiente se pescaron 120 salmones y en el posterior otros 80. En estas condiciones, y dada la escasez de truchas que padecía el Sella, no es extraño que mi padre, truchero, apostara con Julio Collado, salmonero, que él pescaría más salmones en un día en el Sella que Julio truchas. Julio pescó truchas en la zona baja del río: una. Mi padre pescó en un coto dominguero de Cangas de Onís hacía arriba, sin ningún lance de salmón destacado: sacó tres salmones a cucharilla.

Digo en un coto dominguero porque el río Sella tenía solamente tres cotos fijos del Servicio de Pesca, que se llamaban entonces "reservas" y en las que, obviamente, no se pescaba: Lago de arriba, Lago de abajo y Cañeras (salvo el Caudillo y algún pariente del Jefe del Servicio de pesca); en el resto, el río estaba libre toda la semana excepto el sábado y el domingo, días en que se dividía el río en tramos, que se sorteaban semanalmente entre los solicitantes "deportistas" (los ribereños profesionales no sólo no podían acudir a estos sorteos sino que tampoco podían estar presentes asesorando al deportista, - también llamado "turista"; recuerdo a Ramón el de Bode asistiendo a Carlos Orejas desde la carretera, como dirigen ahora desde el palco a sus equipos los entrenadores de fútbol expulsados). En 1959, en la última semana de abril, se sortearon los cotos y quedó sin adjudicar, por falta de interesados, el tramo que ahora se llama Coto Sierra: Pepe Luis Pérez Lozana y yo nos enteramos el viernes, así que sacamos los permisos, que se concedían para los dos días, y en compañía de sus hijos Luis y Manolo, el sábado por la tarde nos presentamos en el río y pescamos un salmón; al día siguiente, tres de mayo, en la mañana no tuvimos ni picada, fuimos a comer a Cangas y por la tarde volvimos: los Lozana, con Emilio Sierra, bajaron a la Faldeta de San Bartolomé y al pozo que está por debajo, la Argayada ( o algo parecido, se llamaba), y yo me quedé en la Escalerina. Y ¡llegó el "bandu"! (también "bálamu" o "piña", según ríos): los que habían ido a la zona baja le sacaron cinco salmones seguidos hasta que llegó la calma; pero el bandu siguió su camino hasta la Escalerina y allí le sacamos otros cinco. Cargamos los once salmones en la baca del Renault cuatro-cuatro de Pepe Luis, porque el minúsculo maletero que tenía el coche a proa estaba ya saturado con las botas, los cestos y demás material. La pescata tuvo tanto eco que se reseñó en primera plana en LA NUEVA ESPAÑA y, al año siguiente, el Servicio de Pesca acotó el tramo y le dio el nombre de Coto Sierra, en homenaje al citado Emilio Sierra que nos acompañaba, veterano y respetado pescador de mosca "a la ribereña" que vivía en la zona.

He oído que últimamente empiezan algunos a acusar a los pescadores de aquella época de haber acabado con el salmón con una pesca excesiva: efectivamente, los mejores pescadores del Sella entonces, como la familia de Bode (Fermín, Ramón y sus hermanos), Mongo, el Molineru, Mocho, los Peruyero (que fabricaban los mejores devones del mundo) y quizá algún otro ribereño profesional pescaban entre cincuenta y cien salmones por temporada cada uno y los deportistas podíamos llegar a una treintena, o poco más. Pero yo les pregunto a los que así piensan: ¿Qué habría hecho usted si hubiera vivido en aquellos tiempos? ¿De verdad cree que se habría retirado del río después de pescar un salmón si creyese que podría pescar alguno más? Aunque se pescaran muchos salmones, quedaban otros muchos al final de temporada para desovar, muchos más que ahora, como lo demuestra la cantidad de "zancaos" que nos encontrábamos todos los años en el mes de marzo. Y con la estadística en la mano vemos que los ríos podían soportar aquella pesca porque treinta y dos años después del año record de 1954, en 1986, aún se pescaron 2.700 salmones en el Sella y durante ese periodo hubo otros cuatro años intermedios, alternados, en los que se rebasó la cifra de dos mil. ¿De dónde salían esos salmones si nosotros hubiésemos esquilmado a sus abuelos? La verdadera razón del descenso de salmones, como todo el mundo sabe, está en la pesca con redes en el mar y, desgraciadamente, todo lo que hagamos en el río para aumentar la población de salmones será en beneficio, principalmente, de la pesca en el mar. Mientras no se consiga, algo hartamente improbable, un acuerdo internacional que reconozca los derechos de los países donde nacen los salmones poco se podrá hacer para mejorar la situación actual. Hubo, además, una circunstancia importante en la reducción de los peces que retornan al río, que fue la enfermedad que durante años diezmó los salmones: empezaban a mostrar manchas blancas en la piel (se apartaban de la corriente y no atacaban los cebos), que iban aumentando hasta que el salmón se moría. Y hoy, por lo que oigo, el enemigo más preocupante que tiene el salmón es el cormorán, porque no hay especie animal alguna que resista un ataque masivo sobre sus crías. En mis casi cuarenta años recorriendo las orillas de los ríos asturianos jamás vi tales patos, ni tampoco las garzas que hoy arrasan los arroyos, por lo que no puede decirse que su presencia actual sea natural; siempre estuvo prohibida la pesca de esguines como medida imprescindible para lograr un buen retorno de salmones y añora resulta que lo prohibido para el hombre se permite al cormorán: ante el cambio de hábitos producido, habrá que elegir la especie a proteger, porque las dos no pueden convivir.

Y no quiero terminar este tema sin dar mi opinión sobre la pesca sin muerte, tan de moda hoy día. Comprendo que pueda ser una ayuda para conservar el salmón en los ríos pero me parece una aberración. La caza y la pesca tienen su origen en la alimentación del hombre, conducta generalizada y natural en la cadena alimentaria de la Naturaleza, y solo bajo esta consideración puede disculparse la prolongación innecesaria de la agonía y muerte del pez a cambio de la extraña y gozosa emoción que experimentamos los pescadores con una captura. Pero hacer sufrir a un animal y devolverlo medio muerto al agua, única y exclusivamente para divertirse, ni es virtuoso -como se nos vende- ni tiene justificación.

Otro día les contaré, para pasmo quizá de muchos, cómo eran las excursiones salmoneras que realizaba Franco a los ríos asturianos.

Hasta entonces, ¡buena pesca!

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