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Nadie es más que el Liverpool

Mitos y leyendas de un club que dominó una década, con cinco copas de Europa, seguidores en medio mundo y una peña oficial de fans en Gijón

La placa de la peña, en la parte exterior de la tribuna principal de Anfield.

La ciudad que amamos por la música y el fútbol sufrió dos atentados contra el patrimonio arqueológico. Apenas se conserva la escalera original de The Cavern, el garito iniciático de los Beatles, y de la capilla que Bill Shankly fundara en un cuartucho en el viejo Anfield -el Boot Room- solo queda el nombre, con el que no hace mucho bautizaron un gastrobar.

El 7 de diciembre de 1966, Shankly tuvo una revelación en Amsterdam, donde el Ajax de un mozalbete de apellido Cruyff le solmenó a su Liverpool un 5-1 en la segunda ronda de la Copa de Europa. Se cuenta que el manager de los 'reds' saltaba aquella noche al campo con cada asistencia de su masajista, un tal Bob Paisley a la sazón, para aconsejar a su noqueada tropa. El Ajax de Rinus Michels inspiraría la edad de oro del Liverpool como Buddy Holly precedió a los Beatles. El propio Shankly contó el origen de su conversión al "passing game", con la que su tertulia del cuarto de las botas abjuraba del catecismo inglés de balones aéreos, juego directo y lo que toda la vida fue jugar al patadón. Empezamos a ser del Liverpool viendo por televisión a aquellos hippys moviéndola por abajo, entre la melena flotante de Super Ratón Keegan y el bigote de fontanero de Jimmy Case.

Y tanto o más que el juego nos enamoró la estética. A Ronnie Moran se le atribuye el lema que mejor define el universo "red". Miembro del staff técnico como sargento de Infantería, hombre enfadado y perro ladrador, su sentencia "Nadie es más que el Liverpool" no se refería a los rivales sino a los jugadores propios, desde los tiernos aprendices hasta los más talludos veteranos. Al cabo de medio siglo de servicios al club recordó Moran haber sido jugador, entrenador, ayudante de entrenador, masajista, utillero, sicólogo, mascota y encargado de servir el té. Entre taza de té y pinta de cerveza quedó para la leyenda del Boot Room que Paisley pensaba y Joe Fagan tomaba nota, que Roy Evans ejercía de poli bueno con la tropa y que al sargento Moran le tocaba aparecer cuando alguien necesitaba una patada en el culo.

Nunca nadie fue más que el Liverpool dentro del Liverpool. Un decálogo de valores con el compromiso por encima del resto hizo que lo mismo Nicol que Barnes, Sounness o Carragher sacudieran por igual los cimientos de The Kop. Era esa clase de conciencia (o esa conciencia de clase) la que conminaba a Fowler a devolver el Ferrari, porque un "scouser" no puede andar por ahí conduciendo un Ferrari y menos amarillo, por muchos goles que dedique a los estibadores del puerto.

Fue la maldita conjunción entre la turba de camorristas en Heysel y el pánico que sacudió entonces a los burócratas lo que acabó con la república roja en Europa. La tragedia de mayo del 85, cocinada en la desidia de la UEFA y la incompetencia de la Policía belga, le costó la pena de exclusión a todo el fútbol inglés. Para quienes ya no se acuerden: vendría a ser como si una chusma de borrachos provoca una avalancha con víctimas en un concierto de rock y el puro les cae a los Rolling Stones. Y de paso a The Clash y a Queen y a Pink Floyd y a los Kinks y a Genesis? que esa noche ni tocaban.

La filosofía de Shankly

Rindiendo tributo a los ancestros o solo por casualidad, el Liverpool de Jürgen Klopp bebe en las fuentes de la fraseología de Shankly: "Un equipo de fútbol es como un piano. Necesitas a ocho personas que lo muevan y tres que puedan tocar el condenado instrumento". Mané, Salah y Firmino son los concertistas de cámara. Los dos últimos interpretan a cuatro manos y el primero marca el ritmo con la pedalera. Entre los ocho mozos de cuerda ejerce de capataz Milner, que ya puede haber nacido en Leeds y jugado hasta en el City, pero se retirará siendo miembro del salón "red" de la fama. La clase de futbolista sin burbuja aislante, que paga un palco vip para invitar a niños sin dinero.

Sobre la barra del café Dipos, en Gijón, entre enseñas y bufandas cuelga un banderín de la final de la Copa de Europa del 81, la primera de las dos que la zurda de Alan Kennedy decidió pegándole mal al balón. En la de París le coló al madridista Agustín lo que era un centro, y en la de Roma, tres años después, el penalti ganador en la tanda lo clavó dándole con el tobillo. La sugerencia de Michael Robinson de amputarle al héroe aquella pierna para exponerla en el museo del club nunca fue atendida. El banderín de la anterior final Real Madrid-Liverpool es el adorno más fotografiado en la sede de OLSC Gijón Reds desde la reciente noche en que Guardiola escuchó en Anfield música celestial, que resultó ser el piano de Klopp afinando.

La peña del Liverpool en Gijón se reúne en la entreplanta del Dipos, que este sábado pondrá a prueba su forjado con un overbooking de camisetas rojas, cada una con su tripa dentro. A ese altillo lo llamaríamos el cuarto de los botes (de cerveza) si no fuera porque el suministro allí suele ir en envase de cristal. Crece el interés por la Scone Stout, que en los partidos televisados te transporta como a Mathew Street pero está hecha en Roces. No crean que Gijón Reds lo integran mayormente guiris del Mersey emigrados, pues entre sus 70 socios la mayoría son de la cuenca del Piles. Casi una treintena tiene en vigor su tarjeta "member" del club, con derecho a solicitar entradas para Anfield, comprar con descuento en la tienda o que por tu cumpleaños te llegue un archivo de vídeo, lo abras y sea Klopp cantándote el "Happy birthday" a lo Marilyn Monroe.

El Molinón y Sheffield

El Liverpool le dio a la peña honores de "branch" oficial a los pocos meses de su fundación, hace cuatro años, en el 25 aniversario de Hillsborough. Poco después de desmontada la sarta de embustes que la cloaca del thatcherismo había urdido para echarle la culpa al muerto. A los 96. La iniciativa de un socio de Gijón Reds hizo que El Molinón fuera el único estadio de España en recordar la tragedia de Sheffield, con un mensaje en el videomarcador y el "You'll Never Walk Alone" sonando por megafonía.

Todo lo anterior significa que si usted se cruza este sábado por Gijón con alguna pandilla de rojo con un pájaro bordado en la pechera no se trata de ninguna despedida de soltero ni de una peña blaugrana roída por la melancolía. Será una avanzadilla de los Gijón Reds localizando exteriores para celebrar el advenimiento de la Sexta, que no es la de García Ferreras. Ganarla no significa salir del Dipos de estampida para ir a encaramarse a Pelayo a enroscarle la bufanda. Nada de levantar palés de obra sin mirar antes debajo. Una alternativa propone viaje relámpago a Liverpool a celebrar sobre el terreno. El Albert Pub estará lleno de turistas mirando embobados al techo, apostando que allí no hay ninguna bufanda del Getafe, así que habrá que volver a The Globe, que como joya del patrimonio arqueológico se conserva intacta, con su suelo inclinado, sus bebedores solitarios y sus grifos a presión. Lo petamos, y mientras nos tiran unas pintas llamamos a Arbeloa al móvil para explicarle que la felicidad no consiste en ganar siempre. Que si tienes titulitis la puedes curar visitando el museo de Anfield para rodearte de mitos y trofeos, con su sala para "orejonas" y esa foto antigua del foso del banquillo, del que parece como si Ronnie Moran fuera a saltar porque alguien necesita una patada en el culo.

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