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Pescador

Las excursiones del caudillo

Los cotos de los ríos asturianos se cerraban quince días para que pescase Franco

Las excursiones del caudillo

Decía en un artículo anterior que el caudillo pescaba en los cotos denominados "reservas" del Servicio Nacional de Pesca (luego Icona) que, a principios de la década de los cincuenta, eran: Cañeras y Lagos en el Sella, Las Mestas en el Narcea y El Collú en el Deva-Cares. Inicialmente, estos cotos eran lo que su nombre indica: un tramo de río sin pesca donde se trataba de asegurar la permanencia de un número mínimo de salmones que asegurara la repoblación natural, lo que sin duda contribuyó al notable incremento de salmones que se produjo en la década de los cincuenta. Pero, poco a poco, paralelamente a ese citado incremento de la población de salmones, empezó a abrirse la mano y se invitaba a pescar en ellas a personalidades, parientes y amiguetes, para terminar incorporándolas al régimen general de sorteos que se utilizaba para adjudicar los nuevos cotos que posteriormente se fueron creando.

En el tiempo al que nos estamos refiriendo, además de estas reservas, había seis lotes de la Dirección General de Turismo en el Cares, de Niserias para arriba, y otros tres en el Deva-Cares, desde la Vega de Llés y Entrerríos hasta La Pría, más otros nueve lotes de Turismo en el Narcea -cuatro en la parte alta, hoy inundados tristemente por el embalse de Calabazos, y cinco desde las Mestas hasta el Molinón de Doriga-. Así pues, había veintitantos acotamientos en los tres ríos indicados: en todos ellos se suspendía la pesca durante una semana hacia mediados de mayo, que era cuando llegaba Franco a pescar, y también se suspendía durante la semana anterior para que los pozos tuvieran un stock de salmones suficiente (como es obvio, no hacían falta buzos, como la gente comentaba con sorna). Cuando se recreció la presa de Niserias, y los salmones no podían remontar la escala, lo llevaban también allí, dónde se montaba un pequeño campamento que no tenía baño; por este motivo acudió Franco en una ocasión al bar y fonda próximos, lo que Jesús quiso perdurar colgando en el pasillo del primer piso una placa indicando que el establecimiento había sido honrado con la visita de Su Excelencia el Generalísimo. Solía acompañar a Franco el general Alonso Vega, D. Camilo, y los guardas Gabriel, en el Sella, y Pepe y Eusebio en el Narcea. En los cotos donde no pescaba Franco lo hacían los guardas para aprovisionar la despensa de El Pardo y para atender los regalos del caudillo, uno de los cuales era, tradicionalmente, para el Papa -aunque no sé si Pablo VI los habrá aceptado-.

¿Se imaginan que hoy se prohibiera la pesca en todos los cotos de los ríos asturianos durante dos semanas para que el Rey viniera a pescar?. Pues en aquella época se veía como lo más normal y nadie se rasgaba las vestiduras. Después de algunos años, Teodoro López-Cuesta, a la sazón Secretario de la Asociación Asturiana de Pesca, me propuso a la Directiva como secretario accidental mientras duraba su baja (que no recuerdo a qué se debía) lo que aproveché para, en la primera reunión a la que me convocaron, presentar el borrador de un escrito dirigido a la Casa Civil del Caudillo en el que, con el mayor respeto, intentaba convencer a Su Excelencia de que podría pescar todos los salmones que quisiera sin necesidad de acaparar todos los cotos del río durante dos semanas, pues con reservar los dos o tres mejores de cada río tenía el éxito asegurado: la propuesta fue rechazada por unanimidad de los directivos seniors, por lo que renuncié a la subsecretaría.

La visita del caudillo era muy interesante: en primer lugar, se reparaban todos los baches de las carreteras de Galicia y de Santander, muy especialmente esta última, que estaba intransitable el resto del año; además, veíamos pasar la comitiva de Cadillacs negros por Oviedo, con los guardias de boina y borla roja, que era muy vistoso -intentando adivinar en qué coche iba Franco-; Doña Carmen visitaba con sus amigas de la infancia las joyerías y boutiques de Oviedo y, por supuesto, la seguridad en la provincia era máxima pues, cada día, según la ruta que tomara, se colocaba un guardia civil en todas y cada una de las curvas de la carretera por donde iba a circular el caudillo (que eran muchas, pues no había autopistas), de tal forma que cada guardia viera siempre al de su izquierda y al de su derecha. Y había una guinda final: el día que Franco finalizaba la excursión -nunca se sabía el día y la hora- se permitía pescar, en la misma tarde, en los cotos que habían estado reservados: los permisos se daban a quien primero los solicitara o a quien tuviera más amistades y había que andar muy espabilados para conseguir alguno en ese mismo día o en el siguiente; nosotros lo conseguimos una vez y, en un coto de Turismo del Narcea, entre mi padre y yo, pescamos cinco salmones ¡en una tarde!

Después de haber relatado cómo se organizaban las excursiones salmoneras del Jefe del Estado, lo que sería inconcebible hoy en un Estado de derecho, quiero añadir, para la debida y veraz información de los jóvenes, y no tan jóvenes, que son actualmente bombardeados con la Memoria Histórica, que a mí, que nunca tuve camisa azul, entre los años 1939 y 1975 la Guardia Civil no me pidió jamás la documentación de forma arbitraria, ni a mí, ni, que yo sepa, a ninguno de mis amigos, conocidos y familiares, ni mucho menos, aporreó la Secreta la puerta de nuestras casas de madrugada. En la Universidad, en un curso de sesenta alumnos, nunca supimos de nadie que fuera molestado por sus ideas y eso que teníamos entre nuestras filas a Emilio Barbón, magnifica persona y compañero querido quien, según luego supimos, era un destacado socialista: hacíamos lo que, según cuentan, recomendaba Franco a sus ministros "haga Vd. como yo, no se meta en política". Sin duda, hubo muchas personas que sufrieron el exilio y las represalias de la dictadura, pero la mayoría de la población vivimos tranquilos en lo que alguien llamó la dictablanda.

PD.- Sin relación directa con el tema de este artículo, pero si relacionado, añadiré que pernoctaba el caudillo en sus viajes a Asturias en la finca familiar de doña Carmen, en San Cucao de Llanera y, a este respecto, voy a contar algo que quizá interese a los historiadores. Al término de la guerra, mi padre, que no tenía ningún puesto político (era abogado de la Hullera Española y jefe de oficina del Sindicato Carbonero) propuso la creación del Sello por la Patria (tengo los originales de los dibujos presentados en el concurso para el diseño del sello), para pegar voluntariamente en las cartas, cuya recaudación se destinaría a reparar los daños ocasionados por la guerra en los monumentos de la provincia. La idea tuvo éxito y se constituyó un patronato para cuya presidencia se designó al comandante Caballero (ya teniente coronel). La recaudación fue importante y, en una reunión, el Presidente presentó una propuesta para que el Patronato se hiciera cargo de los gastos de restauración de la finca de San Cucao. Mi padre, que era el secretario, advirtió que tal idea iba en contra de los Estatutos, pues entendía que una finca privada no era un monumento dañado por la guerra: el comandante, sin un mal gesto, según me contó mi padre, retiró inmediatamente la propuesta.

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