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TeleMundial

Muy viva en la montaña rusa

El empate de la selección española ante Portugal fue, por las sensaciones que despertó, más esperanzador que decepcionante

Piqué felicita a Diego Costa ante Sergio Ramos, ayer, en Sochi. AFP

Por si no había para España antes del comienzo del Mundial de Rusia bastantes truculencias, su estreno ante Portugal no pudo acumular más desmesuras. Así, abrir el partido con un penalty en contra, encajar un gol en un fallo escandaloso de su portero, ver cómo la victoria, que parecía segura, se malograba en los minutos finales del partido y, como síntesis, asistir al éxtasis de Cristiano Ronaldo, que, en vez de levitar, tuvo el arranque de modestia de sentarse en la hierba del estadio de Sochi después de haber marcado tres goles, que, como bien recordaron los comentaristas de la tele, igualaban los que había logrado en los tres Mundiales que había disputado con anterioridad. Si el empate conseguido ante Portugal se contempla a través del filtro formado por todos estos acontecimientos, acaba convirtiéndose en un gran resultado. Y es que aunque España sólo sumó un punto -aunque no se puede olvidar que ante una selección que es la actual campeona de Europa- por encima de eso, su actuación vino a despejar el pesimismo que se había cernido sobre sus posibilidades. El partido pudo parecer una montaña rusa para la selección española, pero nunca se la vio presa del pánico, sino, por el contrario, dio la sensación de convertir las truculencias en motivo de disfrute. Y esa actitud, que refuerza su reconocida capacidad, da motivos para pensar que habrá que contar con ella.

De principio a fin . Fue un partido dominado por lo excesivo. No es normal, por ejemplo, que un encuentro de tanto fuste se estrene con un penalty como el que surgió de la coincidencia de la astucia de Cristiano Ronaldo y la ingenuidad de Nacho. Y podría considerarse como absolutamente excepcional que a un portero de primerísimo nivel como De Gea le marquen un gol como el segundo de Cristiano Ronaldo, aunque en este aspecto llevamos un año de auténtico récord, como pueden atestiguar los seguidores del Bayern y el Liverpool, que las han visto aún más gordas. Y tampoco es normal que un gran veterano como Piqué incurra en la ingenuidad de cometer una falta a Cristiano Ronaldo que, por el lugar donde se produjo, se convertía automáticamente en el mejor regalo que podría esperar el supergoleador luso. Contra esos errores, capaces, uno por uno, de demoler la moral más berroqueña, la selección española pudo encontrar respuesta. Al madrugador gol portugués supo darle respuesta Diego Costa con una gran jugada individual. Y Nacho, que hizo un muy buen partido, se redimió de culpas con un gol espléndido. De Gea no tuvo oportunidad de resarcirse de su fallo, entre otros motivos porque Portugal, que apenas tiró a puerta, no se las dio. O si la tuvo en la falta del minuto 87, no dio la sensación de tener respuesta para el gran lanzamiento de Cristiano; de hecho, si imaginó tenerla, ni siquiera hizo ademán de mostrarla. Pero si, como consecuencia de esta jugada el equipo español vio que se le escapaba una victoria que acariciaba desde muchos minutos antes, tuvo la entereza de no descomponerse y evitar males aún mayores. De ello fue ejemplo la intervención de Koke en el minuto 91, interponiéndose a un tiro de Quaresma que llevaba las peores intenciones.

España fue mejor. A España le llevó unos cuantos minutos superar el desconcierto en que la sumió el tempranero gol inicial de los portugueses. Y también asimilar la estrategia lusa, de primar ante todo el contragolpe, de modo que cada córner que lanzaban los españoles se convertía de inmediato en la oportunidad de un contragolpe que urdían Cristiano y Guedes con máximo peligro para la portería española. De hecho Alba salvó en el minuto 20 una ocasión más que comprometida que, de haber tenido otro desenlace, quizá hubiera resuelto el partido para Portugal. Hechos esos ajustes, España no sólo controló sino que se puso en condiciones de resolverlo. Prácticamente, todas las ocasiones fueron suyas, además de las que fructificaron en gol. Ninguna tan clara como un cañonazo de Isco que, tras dar en el larguero, botó sobre la línea de gol. El árbitro no tuvo necesidad de recurrir al VAR para comprobarlo, aunque posteriormente la televisión sirvió unas imágenes en las que se demostraba que había tenido muy buena vista. Pero hubo otras jugadas en la que España rozó el gol, como un centro de Jordi Alba que remató Iniesta con la izquierda y Koke corrigió levemente la dirección del balón para que acabara perdiéndose junto al poste. Y el goleador Costa acabaría teniendo una oportunidad muy clara tras una jugada iniciada espléndidamente por Thiago y proseguida por Jordi Alba con un centro corto y al pie en el que hispano-brasileño no encontró el balón sino el aire.

Una España reconocible. Frente a un rival sólido, con oficio y disciplina y mucho peligro -el que siempre aporta Cristiano y añaden jugadores tan rápidos y hábiles como Guedes- la selección española fue fiel a la identidad que ha forjado en los últimos años: un equipo fuerte en defensa, con muy buen trato al balón e incluso con la novedad de conseguir, quizá como nunca, la integración de Diego Costa en un estilo de juego que parecía resultarle ajeno. A veces la selección pareció tentada por el preciosismo. Por ejemplo, en el rondo interminable del minuto 82, que, sin embargo, terminó por adquirir sentido cuando acabó deparando una ocasión a Iago Aspas, que no acertó en el disparo. Con un seleccionador tan recién llegado que su estancia en el cargo se cuenta por días, y muy pocos, mantuvo una identidad que, por reconocible, parece esperanzadora.

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