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El suizo acabó su relevo a la una y media de la madrugada. Era el turno de Alonso, que había lucido un gesto de preocupación en boxes. Estaban a dos minutos veinte segundos del otro Toyota, ambos prototipos se habían mostrado extremadamente parejos toda la prueba y la escudería, traumatizada tras perder en 2016 la carrera en los últimos minutos, tampoco era partidaria de correr riesgos en plena noche, en el tramo más peligroso de la carrera.

No contaban con el hambre de Alonso. Sin saberlo, habían soltado a un tiranosaurio en el zoo. Lo que pasó a continuación figura desde ya en los libros de historia de Le Mans. Alonso impuso un ritmo infernal, con tiempos similares a los que sus compañeros y rivales marcaban a media tarde, y con una consistencia extraordinaria. El asturiano completaba cada giro entre 3'19'' y 3'20'', mientras Conway, con el prototipo gemelo, precisaba entre dos y tres segundos más por vuelta. Las cuatro tandas de once vueltas que completó el bicampeón del mundo de Fórmula Uno durante ese relevo, las que completaba entre paso y paso por boxes, son increíbles: 37'00'', 37'54'', 36'54 y 38'10''.

Tras cuarenta minutos de castigo, Conway cedió su asiento a "Pechito" López. El triple campeón del mundo de Turismos era la gran esperanza blanca para su equipo, pero Alonso lo devoró. El asturiano ya le había arrancado las pegatinas por la tarde, con un adelantamiento memorable, pero lo que le hizo en la madrugada fue hasta humillante. El argentino era incapaz de contener la hemorragia de segundos, mientras en el box de al lado la gente se pellizcaba ante el recital de Alonso. La actuación era de tal calibre que su equipo le ofreció hacer cuatro "stints", en vez de los tres programados originalmente. El asturiano no dudó.

Cuando se bajó del coche, al filo de las cuatro de la madrugada, la desventaja inicial de 2'20'' había quedado reducida a sólo 38''. Además, había logrado espolear a Nakajima y Buemi, que mejoraron notablemente sus prestaciones de la tarde, y había conmocionado de tal modo a sus rivales que encadenarían errores el resto de la prueba. Nakajima remató la remontada con paciencia, poniendo al número 8 en cabeza cuando amanecía en La Sarthe, y Buemi abrió brecha en su siguiente relevo aunque volvió a sufrir una sanción por exceso de velocidad. Un error que no tuvo consecuencias al recibir el otro Toyota el mismo castigo.

Cuando Alonso retornó a pista, le tocó gestionar una ventaja ligeramente superior al minuto. No era el momento de tomar riesgos, así que el asturiano se limitó a calcar los tiempos de "Pechito" López, de nuevo su compañero de baile, a la espera de un error de su rival. Llegó, en forma de trompo, y la distancia entre los dos coches se disparó por encima del minuto y medio.

Error de Kobayashi

Fue un momento clave, pero el gran error lo cometería Kamui Kobayashi, en el último relevo de la prueba: el nipón se pasó de vueltas y no entró a boxes tras completar las once de su "stint". Se quedó sin gasolina, lo que le obligó a completar ese giro de más a una velocidad muy reducida y, para colmo, minutos después recibió una sanción por superar el número de vueltas permitido por tanda. En resumen: perdió más de vuelta y media respecto al prototipo gemelo, que tenía la victoria en el bolsillo.

Toyota tenía su triunfo soñado, un doblete con el que restañar las heridas de 2016, y lo escenificó a lo grande, con dos pilotos japoneses cerrando la prueba a lomos de sus coches. Pero el triunfo tenía el sello de un samurái asturiano que, cuando todo parecía perdido, encendió la noche en Le Mans para esculpir la carrera en la historia.