Éste, por supuesto, estaba preocupado, abrumado incluso, por el problema de España, y cómo ésta daba la impresión de no ser capaz de enfrentarse con los nuevos planteamientos derivados de la acción conjunta de la Revolución Industrial, de la liberal, de la científica y tecnológica y del auge del Romanticismo. Recuérdense aquellas palabras en una especie de sátira que dirige en la correspondencia que mantuvo con José Vargas Ponce, -¡hay que ver cómo se acabó portando este Vargas Ponce en el asunto de Olavide!-, y en ellas se puede leer esto cuando España dice: "... En esto había de parar mi gloria, / mi fin ha de ser éste / y falsías y guerra y hambre y peste / los postrimeros fastos de mi historia».

Pero asturiano hasta la médula, y observador agudísimo de los males del Principado, acierta al proponer cuatro soluciones para éstos. En primer lugar, Asturias se encontraba aislada, sin conexión con grandes mercados, tanto el del resto de España, como los de las Indias y los europeos. Era necesario un desarrollo fuerte de las infraestructuras de transportes. Ahí están sus impulsos a la carretera de Castilla y al puerto de Gijón.

En segundo término, con el siglo XIX avanzaba una energía en grandísima parte nueva, basada en el carbón, que se iba a transformar en elemento esencial del desarrollo. Y he ahí que Asturias poseía ese mineral. El impulso que dio en este sentido el propio Jovellanos, muy inicial, desde luego motivó el que se convirtiese, sobre todo tras el «Informe Adaro», en pieza esencial de la economía española, lo que redundaría en ingresos muy importantes para la región asturiana, y el que ésta se convirtiese, hasta ahora mismo, en base importante de la siderurgia, no ya española, sino, con Arcelor-Mittal, continental.

El tercer impulso se relaciona con la buena preparación de la población activa. La Universidad de Oviedo y otros centros educativos del Principado no servían, con los estudios que entonces desarrollaban, para los retos que se derivaban de la Revolución Industrial. Su idea genial fue la del Instituto de Gijón. Intentó enlazarlo con la Universidad, como lo prueban sus palabras al recibir, precisamente en el Instituto, el doctorado honoris causa por la Facultad de Derecho ovetense, pero todo cayó en el olvido. ¿Qué hubiera sido del desarrollo de Francia sin la Politécnica, o de Estados Unidos sin centros como el MIT? Los ejemplos pueden multiplicarse. Pero idea más atinada que ésta de Jovellanos, imposible.

Finalmente, firme creyente en el teorema de la mano invisible de Smith, consideró que debía abundar en la idea de la libertad económica, si es que se quería impulsar el desarrollo. Ahí quedan sus palabras en su «Informe», preparado en el seno de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País para el Real y Supremo Consejo de Castilla sobre la ley Agraria, cuando solicita, no nuevas leyes, sino precisamente la supresión de las existentes.

Libertad económica, una población activa bien preparada, buenas infraestructuras de transportes y comunicaciones, más una energía segura y moderna son -recordemos a Kindleberger- los componentes básicos del desarrollo. Jovellanos los planteó para Asturias. ¿No es hora de pensar en estos mismos planteamientos básicos, aunque, naturalmente, con las coordenadas del siglo XXI, para escapar de la depresión que avanza, por mucho que se intente disimular, sobre la economía asturiana? Entonces, se atinó. ¿Por qué no puede suceder ahora?En Asturias -basta contemplar el éxito de las conferencias del Ateneo Jovellanos de Gijón- se conmemora con brillantez el segundo centenario del alzamiento de 1808. Entremezclado con él, se ha de analizar por fuerza, el gran cambio que, a partir de esos acontecimientos, surgió en la sociedad y en la economía española. Con ese motivo, porque son los demiurgos de esas alteraciones, es preciso acudir al papel esencial de las ideas. Con ellas, naturalmente aparece, una y otra vez, Jovellanos.