Al cierre de este artículo se desconocía totalmente si Rodolfo Chikilicuatre había ganado Eurovisión y si, por tanto, en el Imperio español vuelve a no ponerse el sol. Si así fuera, ojalá, ya tenemos un gozo en el alma grande con el que afrontar la nueva era de tinieblas económicas que se nos avecina. Una era que, por cierto, va a ser un tiempo espeso, muy espeso, pues hasta los ricos de Estados Unidos ya están preparándose para la invernada, llenando la despensa cual hormigas y recortando sus gastos, como desvelaba recientemente un estudio de Spectrem Group.

La encuesta indicaba cómo el 65% de las 250 familias adineradas de EE UU que habían sido entrevistadas para ese trabajo habían dejado de gastar en marcas de lujo, que el 65% había aplazado su decisión de cambiar de coche y que un 38% iba a recortar sus viajes. Ya ven cómo el pesimismo embarga a los súbditos de la primera economía mundial. Pero eso son cosas de americanos porque aquí siempre tendremos a Rodolfo, quien, por cierto, no sufrirá los rigores de la crisis (desaceleración) pues su figura se ha convertido en un negocio redondo que, en descargas de móvil y licencias, está generando ya más de 3 millones de euros.

Para los que busquen optimismo con el que superar la crisis (desaceleración) -que en esto de la economía las percepciones son muy importantes- además de al «Chiki chiki» también pueden acudir a los consejos de la pareja de autores catalanes formada por Fernando Trias de Bes y Álex Rovira, profesores en la escuela de negocios de Esade. Rovira estuvo esta semana de visita en Oviedo con motivo de un acto organizado por la Fundación Esade en su cincuentenario. Ambos son autores de uno de los grandes best sellers de la ¿literatura? española. Se trata de «La buena suerte», que ha sido traducido a 38 idiomas y ha vendido 4 millones de ejemplares.

Dijo Rovira que el libro, que puede usarse como una fábula para niños y también como un manual de gestión empresarial, surgió de una cena de amigos donde le preguntaron si había tenido buena suerte en su vida. «A partir de ahí me pasé cinco años preguntándole a la gente si consideraba que en su vida habían tenido buena suerte o no». Se encontró con muchos que las habían pasado canutas pero también con gente que, pese a haber sufrido lo mismo, consideraban que sí habían sido afortunados. «Entonces vi que, a vivencias parecidas, lo que definía el signo destino de la valoración era la atribución de significado, la valoración existencial. Por eso en el libro, que es muy simbólico, los protagonistas son dos caballeros: uno está volcado con los demás y el otro va a lo suyo. El uno crea su buena suerte, el otro espera que la suerte le favorezca».

Dicho de otra manera, para tener buena suerte hay que currársela. Apostar. Trias de Bes, el otro autor del libro, aporta un estudio de Estados Unidos para justificar el argumento: en 1960 se preguntó a 1.500 másteres en Administración de Empresas si preferían ir primero en pos de su sueño y, después, ya cuando lo hubieran cumplido, dedicarse a ganar dinero, o viceversa. El 83% respondió que lo primero era ganar dinero. Después, la caza de sueños.

Pero pasaron veinte años y en 1980 volvieron a entrevistar a aquellos estudiantes para ver qué había pasado. De los 1.500 entrevistados, 101 se habían convertido en millonarios y, de esa cantidad, 100 estaban dentro del porcentaje que, en su juventud, había respondido que lo primero, antes que forrarse, era perseguir los sueños. «Esto nos indica realmente que hay que ir a por lo que deseamos: eso es lo que trae la prosperidad (sea mucho o sea poco)», asegura Trias de Bes.

La crisis se sortea así. Uno, la buena suerte... Perrea, perrea.