Oviedo, J. C.

El ministro de Economía, Pedro Solbes, aún confía en que las cuentas de la Administración central arrojen un ligero superávit al final del ejercicio. Pero cada vez hay más analistas que prevén un cierre de año en números rojos.

El déficit fiscal se produce cuando los ingresos del Estado no cubren sus gastos. Este escenario, de producirse en 2008, rompería la racha virtuosa que España inició en 2005, con superávit presupuestario por vez primera en más de un cuarto de siglo. Pero para muchos economistas tampoco cabe criminalizar el déficit, sobre todo, si es consecuencia de un gasto y una inversión beneficiosos para la economía. También las familias y las empresas se endeudan para acometer inversiones duraderas. El problema surge cuando, como parece el caso actual, el déficit aparece por un retraimiento súbito de los ingresos a consecuencia de la ralentización económica. Y cuando, de seguir creciendo el paro, será inevitable que aumente más el gasto social.

A esto se suma que una de las recetas tradicionales para reanimar la economía en coyunturas de crisis es incentivar el gasto y la inversión pública. Pero el déficit, que puede contribuir a reanimar la economía, alimenta la deuda pública, que a su vez hay que financiar, lo que absorbe parte del ahorro que, en caso contrario, podría destinarse a consumo e inversión productiva. No hay una receta única y hay quien cree que lo importante es el equilibrio en el conjunto del ciclo y no necesariamente año a año. El déficit se corrige o recortando gastos o aumentando ingresos, y éstos sólo se obtienen por dos vías: o con más impuestos o con más actividad económica.