La despedida gijonesa de José Luis Álvarez Margaride, ni aún proyectada por él mismo, el hombre de los mil proyectos, habría resultado más hermosa. Bajamar canela, mar tendida en azul y puntillas blancas, todo bajo un sol radiante. Genuino Gijón. La tristeza parecía cegada momentáneamente por el esplendor de la mañana. Ante la iglesia de San Pedro se iban reuniendo familiares, autoridades y amigos para asistir a la misa oficiada por el párroco Javier Gómez Cuesta, acompañado de José Luis Martínez, ex párroco de San José.

«Nos hemos reunido aquí para sentir la presencia de José Luis, agradecer su vida y darle nuestra oración», dijo el sacerdote después de escuchar el precioso cántico de entrada del Coro de San Pedro, notablemente reforzado en sus voces; su intervención fue magnífica a lo largo de toda la liturgia. Lectura del libro del Apocalipsis y fragmento del Evangelio de San Lucas que narra la muerte de Jesús. Era el momento de la homilía. No sabemos hasta qué punto han sido amigos Javier Gómez Cuesta y José Luis Álvarez Margaride, pero a través de las palabras del párroco podría deducirse una dilección mutua que quizá sólo ellos conocían. «La amistad, la admiración y el agradecimiento, en especial de esta Asturias de la que José Luis nunca abdicó, os han traído hoy aquí, a la iglesia mayor de San Pedro, para manifestar vuestro dolor. Ha muerto un gijonés de raza, un empresario brillante, trabajador, amigo cordial, buen esposo y padre».

Javier Gómez Cuesta señaló que la muerte agiganta las figuras de los seres que hemos perdido, lo que deja un enorme vacío y una ausencia que duele. Sin duda, todos tenemos límites y carencias, pero en ese momento se disculpan porque eran parte entrañable de nuestra vida. «Dios es así, perdona lo negativo y engrandece lo positivo», dijo. Tras hacer una breve relación de la brillante trayectoria profesional de José Luis Álvarez Margaride, el párroco extrajo de ella una acertada correspondencia, «Dios nos ha dado este mundo en gestión para que todos vivamos en él y de él en dignidad, y José Luis ha sido un buen administrador, concebía la empresa como generadora de riqueza, y el trabajo como un medio que dignifica al hombre. Y el hombre estructura su vida en el amor y en el trabajo».

Aún restaba la parte más trascendental del discurso de Javier Gómez Cuesta. «A José Luis le podrán ofrecer calles, premios, estatuas, pero la vida, no... Pero nosotros creemos en la resurrección de los muertos y nunca hemos concebido que la muerte alcance al espíritu del hombre. Volveremos a ser los mismos, allí donde no hay llanto, ni dolor, ni enfermedad, ni muerte... Al sediento le damos agua, ¿pero que podemos ofrecer al que quiere la vida? "Yo soy la resurrección y la vida". Esa es nuestra fe. Le deseamos a José Luis la mejor vida, y eso aquietará nuestro corazón».

Javier Gómez Cuesta terminó diciendo: «Hemos dado un empujón a la esperanza, los dones de Dios no desaparecen y Él tiene una casa muy grande». Al finalizar la misa, en homenaje a un gran asturiano, coro y concurrencia entonaron «Asturias, patria querida». Fue su último «APQ».