Oviedo, Javier CUARTAS

La crisis griega ha colocado a la Unión Monetaria Europea en el momento más crítico y delicado de su corta historia. Los ataques especulativos en busca de oportunidades de lucro rápido y multimillonario se han cebado contra el país heleno por su grave situación de insolvencia y, por contagio, han tratado de obtener máximas rentabilidades apostando a la baja contra el euro y contras las bolsas y los bonos de otros países periféricos que, como España, son más vulnerables que los países centrales del sistema. En el centro de la diana está Grecia, en la confianza de que derribando al país heleno se arrastre al derrumbe, por propagación de la desconfianza y el pavor de los inversores, a economías de países con muy superior peso en la moneda común. La crisis griega obedece a muchas causas y tiene muchas consecuencias. Casi todas empiezan por una letra fatídica: la «D».

- Desequilibrio. El escaso rigor y ortodoxia en las cuentas públicas ha llevado a Grecia a una situación crónica y crítica de desequilibrio en sus cuentas públicas. Amén del gasto desmedido, los ingresos se han visto mermados por prácticas habituales de ocultamiento fiscal.

-l Defraudación. Grecia pasa por ser, en todos los estudios disponibles, el país de la UE con mayor economía sumergida y más aguda defraudación fiscal. Aunque estos estudios son sólo indicativos, se cree que el fraude fiscal y las actividades opacas a Hacienda equivalen al 33% del PIB heleno. En España se estima en el 20%.

- Déficit público. Grecia fue el año pasado el segundo país de la zona euro con mayor déficit fiscal relativo (13,6% de su producto interior bruto), sólo por detrás de Irlanda (14,3%). Pero el Gobierno griego y la oficina estadística europea admiten que la cifra definitiva, que ya se revisó dos veces, podría superar el 14%.

- Deuda pública. Grecia ocupaba la segunda posición por mayor deuda pública en Europa. Sus administraciones públicas debían a fines de 2009 el equivalente al 112,6% de la riqueza generada en un año por el país. Sólo Italia (116% del PIB) supera ese récord funesto. España estaba en el 55%. Pero el continuo afloramiento de déficit y deudas ocultas hace temer que la cifra sea mayor. La previsión para este año es que Grecia rebase a Italia y alcance una deuda del 124,9% del PIB.

- Deslealtad. Grecia ha mentido en sus cuentas públicas y en sus estadísticas oficiales. Y lo ha hecho repetidas veces. Al menos tres en los últimos diez años. La primera se produjo para ser aceptada en la unión monetaria.

- Derecha. El anterior Gobierno conservador de Kostas Karamanlis ocultó el desbordamiento de su déficit y deuda públicos, maquillando las cifras oficiales y realizando operaciones opacas con Goldman Sachs para camuflar ante la UE parte de sus emisiones de deuda pública. Frente a un compromiso de déficit en 2009 del 6% del PIB, la llegada del socialista Yorgos Papandreu al Gobierno en octubre hizo aflorar la realidad oculta: el descubierto fiscal más que duplicaba lo declarado.

- Doble contabilidad. La gran acusación que han hecho los mercados a Grecia, y que más está penalizando su financiación, no es la de haber cometido engaños aislados, sino la de haber mantenido una doble contabilidad de modo premeditado y sistemático.

- Deterioro. El deterioro fue gigantesco para las finanzas públicas helenas, pero aún más para la credibilidad del país. Grecia pasó a estar bajo sospecha para analistas, inversores, agencias de calificación, bancos internacionales y compradores de deuda pública.

- Desprestigio. La desconfianza se asentaba sobre terreno abonado: Grecia forma parte de los países a los que los anglosajones agrupan bajo el término despectivo de «PIGS» (cerdos en inglés), acrónimo de Portugal, Italia (últimamente también Irlanda), Grecia y España. Son países periféricos, casi todos vinculados al área mediterránea y más reconocidos por su calidad de vida que por su capacidad económica y tecnológica, y con escaso prestigio como observadores rigurosos de la ortodoxia.

- Descrédito. El descrédito inherente al desbordamiento de las cifras macroeconómicas y, sobre todo, a la falsificación de las cuentas, supuso de inmediato un encarecimiento de los préstamos que Grecia ha tenido que seguir pidiendo al exterior bien para devolver los vencimientos de deuda previamente asumida, bien para financiar los nuevos déficit y el desenvolvimiento de la maquinaria estatal. La incertidumbre sobre la solvencia griega encareció la colocación de sus bonos, y este coste superior que hubo de afrontar el país para endeudarse contribuyó asfixiar aún más a las arcas públicas del país.

- Demanda. Todo se complicó más cuando, a causa de la recesión, la merma de ingresos por la caída de actividad, el aumento del gasto en cobertura de desempleo y la brutal inyección de recursos estatales en estímulos fiscales y planes de rescate del sector privado, otros muchos Estados incurrieron en déficits desbocados a partir de 2008 y eso supuso que Grecia pasara a competir, en la feroz búsqueda de financiación, con las crecientes emisiones de bonos de países mucho más solventes. El aumento de la demanda de financiación obligó a subir precio. Los inversores podían elegir más países para colocar sus ahorros en deuda soberana y Grecia, con un perfil de escasa fiabilidad, tuvo que afrontar condiciones onerosas.

- Dubai. El enorme aumento de la deuda pública en el mundo se sumaba a la descomunal deuda privada que se había gestado en los países avanzados durante la euforia del decenio precedente. Esta inmensa «burbuja» sólo precisaba de un detonante para eclosionar. Primero fue la quiebra financiera de Islandia, pero el verdadero pistoletazo de salida a la carrera de los especuladores para echarle pulsos a los Estados fue la suspensión de pagos de Dubai World, una compañía estatal de Dubai, en noviembre de 2009. Aquel hito abrió el nuevo campo de batalla.

- Desconfianza. El fallido de Dubai dio la señal y Grecia fue la gran oportunidad. Grecia formaba parte de la segunda moneda del mundo. La crisis griega expandió la desconfianza sobre el conjunto del sistema monetario europeo, y sobremanera sobre los países más periféricos del área. El euro pasó a estar bajo sospecha. Bastaba derribar a Grecia para cobrarse una pieza de mucho mayor alcance.

- Desunión. La arquitectura europea se ha demostrado harto vulnerable ante este tipo de prácticas porque, más allá de un compromiso de estabilidad de los países del euro en torno a variables como inflación, déficit y deuda, no se asienta sobre una verdadera uniformidad fiscal y presupuestaria. Se trata de una moneda que aglutina realidades heterogéneas y economías disímiles por más que compartan una sola política monetaria.

- Debilidad del euro. Esta heterogeneidad hace del euro una víctima propicia para los ataques. Y más cuando no se previeron mecanismos de rescate para los países miembros ni su posible descuelgue en caso de que uno de ellos se convierta en un peligro para la moneda y la estabilidad financiera del área. La debilidad congénita de la moneda única se pone ahora al descubierto con toda su crudeza.

- Deutschland. Alemania, la gran potencia europea, y sin cuya anuencia no es factible una operación de gran calado como el rescate de Grecia, alargó el proceso todo lo que pudo porque el Gobierno alemán, sabedor de que acudir en ayuda de Grecia es impopular en su país, trató de salvar antes sus comprometidas elecciones en Renania.

- Demora. Alemania no ha sido la única causa de la demora en afrontar el problema griego. La burocracia europea y el complejo sistema de toma de decisiones de la UE se convirtieron en oportunidades para las prácticas especulativas de los «tiburones». Si la UE es lenta, los especuladores son rápidos en detectar y atacar con gran virulencia las flaquezas de sus víctimas. La tardanza de la UE en blindar Grecia y al euro alentó los ataques

- Degradación. Dos agencias de calificación crediticia (Fitch y S&P) degradaron el «rating» de las emisiones de deuda griega al nivel de riesgo de impago de los «bonos basura». Esta rebaja de la nota de solvencia acrecentó el coste de financiación del Estado heleno y alentó las prácticas especulativas contra el país y contra el euro.

- Depredadores. Un sistema monetario, como una cadena, no tiene más fortaleza que la que tenga el más débil de sus eslabones. La extrema asfixia griega dejaba a la segunda divisa del mundo con un flanco desguarnecido. Los especuladores empezaron a hacer apuestas a la baja contra Grecia y, de paso, contra cualquier otro países susceptible de similitud siquiera por prejuicios y lugares comunes o porque, como en España, el déficit del último año (que no la deuda pública acumulada) se acercase a la helena. Cuando más logren derrumbar sus bonos y sus valores bursátiles más ganan los especuladores a la baja. Y a medida que fuerzan depreciaciones, propician la salida de inversores estables y conservadores que, como fondos de pensiones y otros, huyen de cualquier atisbo de riesgo. Su retirada alimenta la espiral bajista y los depredadores logran su fin.

- Diferencial y descuento. El diferencial de prima por riesgo país colocó a Grecia en una situación límite. Para colocar en el mercado sus bonos a diez años ha tenido que pagar hasta 941 puntos básicos (9,41%) por encima del bono alemán. Y ha llegado a pagar tipos del 10% y 11% por sus emisiones de deuda, con descuentos sobre el nominal entre el 8% y el 20%. Grecia ha estado destinando al pago de su deuda el 22% de los ingresos del Estado. Sólo el pago de intereses empiezan a representar el 5,7% del PIB griego, según S&P, y el 11% según Credit Suisse.

- «Default». El riesgo al que se enfrenta el país, de seguir esa tendencia, es el de la suspensión de pagos («default»). Por eso le urgen los préstamos prometidos por los países socios del euro al 5% de interés y el FMI al 3% por un monto de 110.000 millones en tres años. Esta ayuda le permitirá rebajar de forma ostensible el coste de la deuda y además contribuirá a que cesen los ataques contra el euro a través de golpear a Grecia. Se pretende que este amparo le permita en el futuro financiarse en el mercado sin pagar penalizaciones tan elevadas.

- «Día D». La zona euro ha tenido que acelerar el despliegue del plan de rescate para serenar los mercados y para tratar de disuadir a los especuladores contra el euro. Pero también porque el día 19 es una fecha crítica. Grecia debe hacer frente ese día a un vencimiento de deuda por valor de 9.000 millones, el 17% de los 52.000 millones de euros de deuda que le caducan este año. Si no se le facilita financiación, Grecia podría suspender pagos, ha dicho su Gobierno, por incapacidad para disponer de 9.000 millones.

- Dominó. Si eso ocurriera, el efecto dominó sería inmediato. El miedo es contagioso y se propagaría como un virus virulento por los países del área. El euro quedaría herido y a muchos países europeos se les dispararía la prima de riesgo, por lo que tendrían que pagar tipos de interés muy superiores por emitir o renovar deuda, justo cuando más elevada es la necesidad de apelar al mercado. Una subida de tipos drenaría más recursos públicos, aumentaría el déficit y agrandaría el problema. La elevación de tipos se contagiaría a la deuda emitida por las empresas, lo que aumentaría sus costes, dañando sus resultados.

- Débitos. El contagio arrastraría a los bancos franceses y alemanes, a los que Grecia debe 57.000 y 34.000 millones, respectivamente.

- «Dolor y dureza». Para recibir la ayuda de la UE y del FMI Grecia ha tenido que comprometerse a aplicar un severo plan de ajuste, con recortes salariales y de pensiones, y subida de impuestos, cuyo fin es reequilibrar las cuentas públicas y acercarse a las ratios que exige la unión monetaria. El Gobierno griego ha reconocido que es un plan «duro y doloroso». La crispación social va en aumento.

- Depresión y deflación. Grecia se enfrenta, en cualquiera de los supuestos, a un escenario endiablado. Si no ajusta el gasto público, su situación financiera le abocaría al desastre: el Estado tendría que destinar crecientes recursos a pagar a sus prestamistas y no le quedaría suficiente dinero para mantener los servicios públicos y acometer inversiones. Su «quiebra» arrastraría a otros países y dejaría maltrecho el euro. Pero si acomete una estabilización muy dura y un ajuste demasiado severo, con rebajas contundentes de salarios y pensiones y excesivas subidas de impuestos, se arriesga a incurrir en deflación y a que la recesión derive en depresión. Una reducción salarial le permitirá ganar en competitividad, pero al coste de aumentar la deuda pública y privada. La moraleja griega es que la economía precisa preservar el equilibrio de todas sus magnitudes y que los desequilibrios se acaban pagando muy caros y con enormes y dolorosos sacrificios para todos.