El presidente francés, Nicolas Sarkozy, prometió en septiembre de 2008 liderar una gran operación para «refundar el capitalismo». Lo anunció a la vista del estropicio causado por el derrumbe de la más dilatada etapa de prosperidad internacional habida desde los años sesenta por el pinchazo de la colosal «burbuja» financiera, inmobiliaria y de endeudamiento privado que se gestó desde mediados de los años noventa al socaire de la desregulación, las políticas monetarias laxas y la ingeniería financiera sofisticada. Y en enero de 2010 el dirigente estadounidense, Barack Obama, desafió a los grandes poderes de Wall Street y prometió meterlos en cintura: «Si quieren guerra, la tendrán».

Una cita apócrifa atribuida al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, y cuya autoría real pertenece a un periodista, sostiene como síntesis de estos casi cuatro años de la mayor recesión económica desde 1929: «Íbamos a reformar los mercados, y los mercados nos han reformado a nosotros».

Los intentos desde el ámbito de la política, las instituciones y los reguladores para introducir elementos correctivos al libre mercado, para atenuar la desbordante hegemonía de los flujos financieros sobre la economía productiva y para establecer pautas regulatorias ante el estrepitoso fracaso de la autorregulación apenas han logrado abrirse paso en las cumbres del G-20.

Los intentos de establecer un canon a la banca para financiar futuros rescates, el propósito de establecer una tasa tipo Tobin o similar sobre los flujos financieros y sobre las ingentes masas de dinero caliente y especulativo que recorren el mundo, el afán por constreñir las fastuosas apuestas al alza o a la baja sobre bonos, monedas, acciones o materias primas y el empeño por limitar los «bonus» que premian a los ejecutivos cortoplacistas a medida que asumen crecientes riesgos, entre otras reformas anunciadas, no han logrado prosperar o lo hacen con extrema lentitud y resistencia. Y hoy los estados, que hace poco más de dos años salieron al rescate de los mercados incurriendo en déficit generalizados para sostener el sistema, están contra las cuerdas por el juicio sumarísimo de los mismos mercados que, de rescatados, han devenido en árbitros y jueces.

Aunque estos intentos de domeñar los excesos del mercado desde el ámbito de la política no acaban de cuajar, desde el corazón de la economía el debate está abierto. Hay economistas que, desde la misma lógica del sistema y no desde fuera, tratan de impulsar una regeneración depurativa del capitalismo que preserve sus esencias y mitigue sus excesos. Uno de ellos, Michael Porter, un prestigioso «gurú» de Harvard, ha planteado el «valor compartido» como una nueva fórmula para reinventar el modelo de libre mercado en alianza con la sociedad.

Tras los escándalos de Enron, Arthur Andersen, BP... y más recientemente Goldman Sachs, Madoff, Lehman Brothers y otros casos notorios, Porter postula un cambio de orientación, que pasa, entre otros objetivos, por abandonar las estrategias cortoplacistas, una mayor vinculación e interrelación con la sociedad, las organizaciones no gubernamentales y los gobiernos, implicar más a los agentes sociales, promover «clusters» industriales, involucrarse en el desarrollo de los países más retrasados en los que operan las grandes compañías, asumir de forma mucho más sincera y radical el respeto al medio ambiente y liderar la incorporación de otros valores que permitan a las empresas perseguir su fin legítimo del lucro con el servicio al bien común y al interés general. Éste es, según su tesis, el «valor compartido» entre capitalismo y sociedad que beneficiará a ambos y que legitimará al primero y le aportará nuevas oportunidades de ganancia. Los capitalistas que dan demasiado valor a los beneficios están, asegura Porter, pasados de moda.

«The Economist» ha dedicado un artículo a la tesis de Porter. Este medio, fiel representante de los postulados del capitalismo anglosajón, admite que se ha acrecentado la tensión entre economía y sociedad, reconoce que «Porter tiene razón al preocuparse por la crisis de legitimidad que sufre el capitalismo», asume que «la crisis económica global que comenzó en 2007 y 2008 ha puesto el dedo en la llaga» porque «el sistema capitalista es corto de miras y ha resultado muy vulnerable a los malos tiempos» y da la razón a Porter en que el concepto de la responsabilidad social corporativa (RSC) ya no es suficiente porque se ha convertido en «una etiqueta gastada». Pero «The Economist», que pasa por ser la «Biblia» del liberalismo, recela de la propuesta de Porter: el «valor compartido», alerta, «da carta blanca a los políticos para intervenir en el sector privado». Y le pide que madure más sus ideas. La refundación sigue pendiente.