Entró en la sala vacía. Vestido de un pantalón amplio que no le constreñía el abdomen. Descalzo, camiseta deportiva, se sentó en posición de loto, como uno más, para recibir las enseñanzas de yoga y meditación. Reparé en sus ojos sagaces, de fuego. Reparé en su mirada serena y la piel distendida de la cara tras el viaje interior de la relajación final. Anduve más pendiente de él que de mí misma, porque, entonces, se trataba del ministro de Economía del Estado español y me inquietó que tan alto cargo no tomase clases particulares. Años más tarde se convertiría en el director del Fondo Monetario Internacional y ahora es el presidente de Caja Madrid.

No sólo Rodrigo Rato practica la filosofía oriental aplicada al cuerpo y a la mente. Doña Elena Salgado ha elegido también una de las disciplinas más exigentes del yoga, quizá para soportar las medidas y ajustes que ha de acometer hacia el pueblo español. Aunque los motivos que llevan a adentrarse en el océano de la paz mental a través del ejercicio de ciertas posturas del cuerpo suelen ser la conquista del conocimiento propio y poder restaurar o conservar el principio de construir una mundo mejor y un planeta mejor, en el caso de nuestros poderosos, no logro convencerme de que fuera así. Fue un simple anhelo para mí que Rato o Salgado se hubieran apuntado al mismo sueño de Gandhi. Que Gandhi indagase en su alma para tolerarse su propia envidia, deseo de dominar al otro, su propia violencia, avaricia, soberbia para poder plantarse ante los militares ingleses fue historia. La de los políticos españoles se está quedando en agua de borrajas.

El caso es que Gandhi pertenecía a una familia muy acomodada, pero, claro, la libertad para elegir un camino de vida, donde la compasión es una de las joyas máximas de la meditación, no tiene por qué ser la misma para políticos de este siglo y en un país tan diferente como es la India. Sin embargo, mentirse a uno mismo en cuanto a sus propias acciones, es un componente universal del género humano. A menos que uno quiera cavar hondo en sus profundidades mentales, con honestidad, se atreva a conocerse a sí mismo y se transforme en un humanista. Es decir, que se dé lo mejor a sí mismo y por ende a todo el mundo. No sé si esta tarea diaria cabría dentro de las agendas de nuestros políticos económicos.