Corrían los años sesenta del pasado siglo, había conflictos estudiantiles y dos alumnos de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense terminaron en la Puerta del Sol, en el edificio de la Gobernación. En ese momento Luis Ángel Rojo le pide ayuda a «don José». Don José era el profesor Castañeda, decano en aquel entonces (1967) de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas. Don José se pone en marcha y consigue una entrevista con el director general de Seguridad, al que, después de saludarle, le espeta: «Estaba echando un vistazo, porque yo fui uno de los que proclamamos la II República desde este balcón, y no había vuelto desde entonces». A pesar de aquel «comienzo tan prometedor», el decano Castañeda terminó liberando a los dos alumnos.

Por aquel entonces, otro estudiante inquieto que había empezado sus estudios en Barcelona y que, por causa de la justicia, los había tenido que terminar en Bilbao, tuvo «la fortuna» de realizar su servicio militar en Madrid. «Digo que tuve la fortuna porque ello me permitió incorporarme al seminario que en la Complutense dirigían los profesores Varela y Rojo, entonces recién regresado de Londres y embebido del pensamiento de Keynes (y de Popper y de tantas y tantas cosas nuevas)? Fueron para mí dos años gloriosos?». Aquel estudiante terminó yéndose (1968) a la Universidad de Minnesota. «La beca fue facilitada por los profesores Rojo, Varela y Heller y por el aceite de soja? Al profesor Rojo le costó un poco librarse de mí. Tuvo que empujar para que me admitieran en Minnesota y después ayudarme a conseguir el pasaporte. Éste me fue denegado primero en Barcelona?, pero con una carta suya lo conseguí al fin en la Puerta del Sol, tras visitar una oficina de nombre curioso: se llamaba Dirección de Asuntos Árabes y Especiales». Aquel estudiante inquieto que también pasó por la Puerta del Sol se llama Andreu Mas Colell y terminó convirtiéndose en uno de los mejores economistas matemáticos del mundo.

Como se puede observar, el nexo de unión entre las dos historias que se acaban de contar era Luis Ángel Rojo Duque, un economista extremadamente útil, muy analítico y de amplias miras: aparte de su extraordinaria labor como impulsor del Servicio de Estudios del Banco de España y de su no menos extraordinario papel en la modernización de dicho banco, contribuyó decisivamente y con la máxima discreción al desarrollo del conocimiento y de la aplicación en España de la corriente central de la economía en lo que se refiere a la macroeconomía y, lo que no suele ser habitual, se preocupó también por lo que decían «los otros», los minoritarios, desde la Escuela Histórica Alemana a Veblen, pasando por Marx.

Además, el profesor Rojo resaltó ideas valiosas relacionadas con el oficio de economista. Así, por poner dos ejemplos, por una parte señaló: «El economista se ve obligado a recordar continuamente a la sociedad que los Reyes Magos no existen; y ésta es una verdad lamentable que a nadie gusta oír. El economista se ve en la necesidad de señalar al político las consecuencias no queridas que se seguirán de las decisiones con las que aspira a alcanzar los fines que persigue; y el político, embebido en las grandes opciones de la vida nacional, siente, a veces, que quien así le asesora está poniendo plomo en sus alas. El economista parece disentir, a menudo, de objetivos sociales que comparte, cuando sólo está discutiendo las vías para alcanzarlos o advirtiendo que los medios propuestos llevarán a resultados contrarios a los pretendidos. Todo esto es muy incómodo?». (Cita tomada del discurso que pronunció al recibir el premio «Rey Juan Carlos» de Economía en 1986. Dicho discurso, junto con el pronunciado por el profesor Andreu Mas Colell al recibir también dicho premio -de este último se han tomado las citas relacionadas con su biografía- está disponible en la web del Banco de España. Ambos discursos se publicaron también en el número doble 16-17 de RAE «Revista Asturiana de Economía»).

Por otra parte, el profesor Rojo insistió en algo que los economistas académicos olvidamos más veces de lo debido: que la economía es un campo más complejo de lo que se cree, que es un campo «difícil de depurar acudiendo a la evidencia empírica», y que, justamente por ello, está «expuesto a que los deseos sustituyan al análisis» (cita tomada del artículo del profesor Rojo titulado «José Castañeda: recuerdos de un alumno», publicado en la monumental obra que, bajo el título general de Economía y economistas españoles, dirigió el profesor Enrique Fuentes Quintana. El artículo se incluyó en el volumen dedicado a «La consolidación académica de la economía» y en el mismo se recoge también lo señalado respecto a la gestión de don José Castañeda).

Finalmente, el profesor Rojo nos aportó ideas poco convencionales respecto a la Universidad española. A este respecto es imprescindible la entrevista que le hicieron José Antonio Alonso y Javier Echenagusia en 1991, publicada inicialmente en el número 8 de esa lujosa revista, ya desaparecida, que fue «Revista de Economía», y reimpresa en el volumen antes mencionado). La entrevista no tiene desperdicio y, por razones de espacio, señalaré solamente tres de sus opiniones sobre la Universidad.

En primer lugar y frente a los que defendían carreras largas y una enseñanza extensiva, se mostró partidario de carreras cortas y una enseñanza intensiva: «Evidentemente, yo soy partidario de carreras más cortas. Y una carrera de cuatro años no es precisamente corta. Lo que sucede es que, para que funcione, es necesaria una enseñanza intensiva. Si a los alumnos no se les exige estudiar de verdad lo que resulta esencial y, por el contrario, los mismos temas se repiten en unas y otras materias, de forma superficial en todas ellas, sin llegar a entender cuál es el sentido profundo de lo que se está estudiando, entonces verdaderamente la carrera puede durar cuatro, cinco u ocho años. Da igual. Si la enseñanza fuera intensiva, yo no creo que ni siquiera la carrera tuviera que durar cuatro años. Mucha gente preferiría que durara tres. Y que después hubiera alumnos que hicieran un máster o un doctorado».

En segundo lugar y en lo que respecta a lo relacionado con el profesorado, sus opiniones iban contra lo establecido: «La Universidad es un sitio donde el profesor es un objeto de consumo por parte de los alumnos. Está abocado a una descapitalización vertiginosa. En contra de lo que ahora tiende a pensarse, no creo que el profesor universitario deba ser ante todo un investigador. Su función fundamental es la de enseñar, pero también debe tener posibilidades de investigar?».

En tercer lugar, y en lo que se refiere a la financiación de la Universidad, sus opiniones eran también muy claras: «Siempre he dicho, y no voy a dejar de hacerlo ahora, que creo en un sistema de becas en que todo aquél con capacidad tenga una para estudiar. Pero también creo en un sistema de derechos académicos altos que impida, como está sucediendo, que las clases más modestas de la sociedad financien a las más ricas».

Cándido Pañeda