Oviedo, Javier CUARTAS

Ángel Antonio del Valle Suárez, perito industrial y aparejador, nacido en Gijón hace 49 años y con vínculos familiares con La Felguera, es desde anteayer el nuevo máximo dirigente de Duro Felguera, uno de los grupos más longevos (154 años de actividad consecutiva) y también más relevantes de la empresa española, y una de las escasas organizaciones que, habiendo siendo impulsoras de la industrialización asturiana del XIX, han sido capaces de sobrevivir a todos los avatares de aquel modelo primigenio, fundamentado en el carbón y el acero, y alcanzar el siglo XXI con pujanza, beneficios, fuerte expansión, proyección nacional e internacional y una estrategia de futuro clara.

Del Valle, uno de los yernos del empresario e inversor gijonés de origen noreñense Gonzalo Álvarez Arrojo, y hasta entonces con experiencia gestora en varias de las empresas de su familia política -fundamentalmente las ligadas a la promoción-construcción y al transporte de viajeros-, se incorporó a Duro como consejero una vez que su suegro se convirtió en accionista hegemónico, a partir de junio de 2005.

Dos años más tarde, en septiembre de 2007, Ángel Antonio del Valle fue designado director general de adquisiciones e inversiones de Duro. Fue la primera vez que la familia Álvarez Arrojo, presente en el consejo de administración de Duro Felguera desde junio de 2000, y accionista desde años antes, daba un paso al frente y se involucraba en la gestión asumiendo responsabilidades en el primer nivel directivo del grupo. Sólo cuatro meses más tarde, en enero de 2008, Gonzalo Álvarez Arrojo asumió la vicepresidencia de Duro y apenas otros cinco meses después, en mayo, su yerno ascendió a consejero delegado. Quedó así entonces establecido un liderazgo accionarial, gestor y ejecutivo que no se conocía en Duro desde los antiguos tiempos de los Urquijo al frente de lo que entonces era un portentoso grupo minero y siderúrgico, con ramificaciones en la construcción naval, la química, la energía y otras actividades fabriles.

Con una posición accionarial de los Arrojo que suma hoy el 24,386% del capital de Duro más otro 5,297% del que es titular Ramiro Arias -un inversor muy afín a la familia, de la que es socio desde hace decenios-, y con 4 de los 11 puestos del consejo en poder de la familia (aunque volverán a reducirse a 3) y con miembros de la dinastía desempeñando la presidencia, la vicepresidencia y el puesto de consejero delgado (aunque éste será profesionalizado en los próximos meses y confiado a un ejecutivo), Duro no había gozado de tamaño compromiso accionarial desde al menos los años 60. Ni siquiera cuando cayó en manos del Banco Hispano Americano tuvo tan definida y nítida la línea de poder.

Por el contrario, el problema acuciante de Duro durante decenios fue la orfandad accionarial y a eso se sumaba la carencia de un proyecto claro de futuro una vez que la fabricación de bienes de equipo -que fue la gran área de actividad que sustituyó a los hornos altos y a las minas, los dos negocios que habían liderado el devenir de Duro entre 1857 y el periodo de nacionalizaciones de 1967-1973- también empezó a sufrir la pérdida de competitividad frente a los países emergentes.

Sin accionistas de referencia, sin un plan estratégico alternativo y amenazada por el riesgo de padecer una opa hostil que pudieran desencadenar los avezados «tiburones» de los años 80 y 90 (especialistas en atacar a empresas en las que, como Duro, las partes -sobre todo su importante tesorería- valían más que la totalidad), la compañía deambuló durante años sin un horizonte nítido. Ramón Colao Caicoya (presidente de Duro entre 1994 y 2003) tuvo que hacer frente a una situación angustiosa: superar cuatro ejercicios de pérdidas (1992-1994), que se repitieron en 2003, y que obligaron a vender patrimonio; conflictos laborales muy enconados, búsqueda desesperada de inversores que estuvieran dispuestos a comprometerse con Duro para sacarla de su clamoroso desamparo accionarial, urgente reorientación de la compañía hacia otras actividades, mercados y productos.

De aquella encrucijada nació el esquema que ha dado a Duro una década de prosperidad, pujanza inversora, económica y bursátil.

El binomio de éxito que permitió esta nueva edad dorada de Duro fue la consecución de un bloque accionarial (Arrojo, Melca, Imasa, TSK y más tarde Vegasol) estable, asturiano y comprometido con la compañía y con su relanzamiento, y, al tiempo, la promoción a la presidencia de la sociedad en 2003 de un ejecutivo de la empresa, Juan Carlos Torres Inclán (Castrillón, 1950), ingeniero de minas, que había pasado por Mecánica de La Peña, Ertank, ERPO y que desde 1986 pertenecía a Duro Felguera, y que había acumulado una gran experiencia como director comercial y director general de negocios.

Álvarez Arrojo, un accionista tradicional de Duro que no superaba el 2% y que permanecía en un segundo plano, dio un paso al frente en 2000 para defender a Duro frente a fondos de inversión y de pensiones hostiles y de nuevo cerró filas contra la opa lanzada por San José en 2005. Emprendió entonces una acelerada compra de títulos hasta erigirse en el mayor propietario del grupo y respaldó a Torres como nuevo presidente. Arrojo dio la estabilidad accionarial y Torres intensificó la captación de contratos, dio un vuelco a la sociedad, reorientándola hacia la ingeniería, gestión de proyectos llave en mano y prestación de servicios especializados a la industria e impulsó la mayor internacionalización en 154 años de historia. Esta alianza Arrojo-Torres duró hasta anteayer. Roto el binomio, la familia afronta ahora el reto de dar continuidad al proyecto y superar los desafíos de una nueva etapa.