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ÉDOUARD MARTIN | Sindicalista de Arcelor en Florange (Francia)

"Todas las plantas europeas de Arcelor peligrarán mientras Mittal sea el patrón"

"Rajoy puso en bandeja la rebaja salarial en Asturias; los sindicatos no querían firmar, pero la presión fue tremenda"

Édouard Martin.

El sindicalista francés Édouard Martin, de origen granadino (nació en Padul en 1963), tuvo en jaque durante 24 meses a Lakshmi Mittal, dueño de la siderúrgica Arcelor. Su lucha comenzó en julio de 2011, cuando el magnate anunció su intención de cerrar la planta de Florange, al sur del país. Martín fue uno de los cabecillas de la marcha de trabajadores hasta París, para presionar a los partidos políticos para que mediaran ante el multimillonario dueño de Arcelor-Mittal. Su historia de lucha, que narra en el libro "No pasarán. Contra la economía caníbal", le ha convertido dentro y fuera de su país en un dirigente muy seguido y con gran presencia mediática. Responde al teléfono desde la plaza central de la localidad francesa de Metz. "Estoy esperando para participar en una manifestación contra el Frente Nacional ( el partido de ultraderecha de Marine Le Pen ", explica.

-¿Por qué Mittal cerró la planta de Florange?

-Antes de anunciar esa decisión ya había cerrado varias en Europa. Es la filosofía de Mittal en tiempos de crisis: las plantas que no son rentables las cierra, pero no es solo que las cierre es que tampoco las cede porque no quiere tener competencia. El motivo era que no ganaba bastante dinero y quería mandar los pedidos a otra factoría para secarla también. Lo que nosotros le planteábamos es que la crisis se acabaría algún día y llegaría un momento en el que el mercado vuelva a crecer. Este valle tiene una historia muy similar a la de Asturias; ésta es la última planta de acero que queda en la zona, donde somos unos 50.000 habitantes. Hacemos acero para automóviles, también como en Asturias, y los más importantes clientes europeos venían a comprarnos porque somos la planta con mejor calidad en la producción.

-¿Y cómo fue el proceso de movilización?

-Plantamos cara y le dijimos a Mittal que si no quería la planta que se fuera, pero que no la dejara derrumbarse porque había gente que estaba interesada en comprarla. Así empezó la lucha y para nosotros era una cuestión de vida o muerte. Los que somos mayores sabíamos que si perdíamos nuestro empleo con esa edad estábamos condenados al paro hasta el final de nuestras vidas. La de Mittal es una familia multimillonaria que, aunque, algunos negocios no le fueran bien, seguía ganando dinero y los bancos le seguían dando crédito. Nosotros comprendemos que se cierre una planta que pierde, pero no cuando está en un grupo que pese a la crisis seguía ganando.

-Y la lucha acabó en París.

-Para defendernos sacamos la huelga de la fábrica, teníamos que hacer pedagogía con los vecinos de la zona y buscar apoyos. Había gente que nos decía que a ellos qué les importaba que la planta se cerrara, nosotros siempre les hacíamos ver que si se llegaba a eso su calidad de vida también se vería golpeada.

-¿Y el mensaje caló?

-La gente se vio reflejada en nuestra lucha contra la globalización, y comenzaron a verse los resultados. No es normal que un solo tío estuviera poniendo de rodillas a los gobiernos de España, Francia o Bélgica, y que no hubiera nadie con valor para hacerle frente. Además, Nicolás Sarkozy siempre le daba la razón a Mittal. Al principio no entendíamos por qué hasta que descubrimos que ambos tenían la misma agencia de comunicación. Sarkozy era cómplice de Mittal, un señor que junto a su hijo (Adytia Mittal) no tienen ni idea de cómo se escribe la palabra humanidad. Él no nos conoce a nosotros, para él solo somos un número, queríamos que Mittal nos conociera y nos pusiera cara y viera las consecuencias de su decisión.

-¿Lo consiguieron?

-Tuvimos suerte porque el anuncio del cierre coincidió con la campaña electoral francesa. Todos los políticos querían hacerse la foto. Venían a vernos pero no queríamos que nos manipularan, no queríamos caer en la trampa que nos querían tender, y aprovechamos esa exposición a los medios para dar a conocer nuestras reivindicaciones. Hicimos a todos los políticos firmar nuestro manifiesto. Teníamos mucha esperanza en la llegada de Hollande al poder, no queríamos seguir tratando con Sarkozy. En principio fue una alegría, pero poco a poco nos fue decepcionando.

-Al final lograron un acuerdo de Miital.

-Aceptamos que los hornos altos se cerraran, pero obligamos a Mittal a sentarse a negociar con el gobierno, y el ministro de Industria le metió caña. Firmamos un convenio para que se invirtieran 240 millones en la planta durante los próximos cinco años, que no hubiera despidos y que se mantuviera la instalación con un cierto nivel de actividad en los próximos años.

-¿Consideran una victoria el acuerdo?

-Para mí fue una victoria, aunque también hay gente de mi sindicato (el CGT) más próxima al partido comunista que dice que es una mierda. Yo les digo que entre cero y 240 millones de inversión con qué cifra se quedarían. Luchamos durante 24 meses y sin esa lucha ahora estaríamos tirados sin trabajo.

-¿Están en riesgo plantas como las asturianas de que Mittal las cierre?

-Mientras Mittal sea nuestro patrón todas las plantas de todos los países europeos estarán en peligro. A él lo único que le importa es producir más barato y busca obreros que le salgan por lo mínimo, le da igual en qué parte del mundo estén. Lo único que quiere es que los trabajadores estén callados, no le importa nada el nivel de vida de la gente. En España, Rajoy le ha servido en bandeja de oro la posibilidad de bajar los sueldos.

-De hecho aquí ya se llegó a un acuerdo para bajar sueldos.

-Me consta que los sindicatos no querían ese acuerdo, pero la presión de la patronal fue tremenda. Mittal lleva la gestión de las fábricas bajo la política del miedo.

-¿Hubieran preferido que todo este proceso hubiera acabado con la venta de la planta?

-Claro que sí. Queríamos hacer la prueba de que otro modelo industrial era posible. Por ejemplo, en Alemania el sector acerero está formado por pequeñas plantas siderúrgicas y el beneficio que tienen siempre suele ir para invertir en mejoras en las plantas y ganar en competitividad. En cambio a Mittal no le importa ni Francia ni España.

-En su libro se muestra también bastante crítico con los sindicatos. ¿Por qué?

-La crítica que hago, no sólo a mi sindicato, es que existe la Europa política, la Europa económica y monetaria, pero no la Europa sindical. Lo que pasa es que en el continente europeo cuando se anuncia el cierre una planta se piensa: "menos mal que no era la mía". Eso pensaron muchos mis compañeros cuando Mittal anunció que se iba a clausurar la de Madrid. Si en Europa no cogemos conciencia de que hace falta una mayor unidad sindical personas como Mittal podrán hacer lo que quieran. A mí siempre me recuerdan lo bien que vivimos los sindicalistas, pero yo estuve meses acampado a las puertas de la fábrica pasando frío y sin poder ver a mi hija. Pero nuestra mejor victoria es que aquellos que al principio decían que lo que hacíamos no servía para nada y nos llamaban terroristas ahora nos dan las gracias.

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