La Reserva Federal (el banco central de EE UU) mantiene la incógnita sobre su primera subida de tipos de interés en nueve años. Su comité de política monetaria, que se volverá a reunir en septiembre, está dividido entre emprender entonces la senda de la normalización o aplazarla un poco más. Y en el Banco de Inglaterra acaba de producirse la primera divergencia, con un voto favorable a revertir sin más demora una inaudita política de tipos oficiales, situados casi en el 0% desde hace mucho tiempo en las grandes áreas monetarias.

Las disensiones no son caprichosas. Hay factores que aconsejan seguir esperando a disponer de más datos y causas que recomiendan no continuar prolongando una situación tan anómala y excepcional como la actual.

No es fácil leer el tiempo presente porque el mundo vive tiempos de gran complejidad. De modo que, mientras empieza a ser recomendable un gradual y cauteloso retorno a la ortodoxia, persisten las dudas en los bancos centrales porque aún no se percibe con nitidez que el horizonte esté definitivamente despejado de amenazas turbadoras.

Que en EE UU la inflación subyacente (la que no incorpora energía y alimentos frescos) esté dando algunos pasos tímidos hacia la recuperación y que el PIB y el empleo estén creciendo son causas suficientes para los más rigoristas para que no se persista con la actual relajación monetaria. Los "halcones de la inflación" temen que, en las condiciones actuales de ínfimos tipos de interés y enorme liquidez inyectada por los bancos centrales desde 2009 (la base monetaria se ha quintuplicado en relación a los años 90), una eventual aceleración de la economía podría desencadenar una virulenta explosión inflacionaria. Aunque hoy no se atisba que este escenario pueda estar cercano, su riesgo teórico existe y no debe ser desdeñado.

Mucho más perentorio es el alza moderada de las tasas de interés para reconducir las enormes distorsiones que están induciendo en los mercados financieros las insólitas y prolongadas políticas monetarias ultraexpansivas. Hoy se navega por "aguas desconocidas", en expresión en 2013 del Banco Internacional de Pagos (BIS), que es el banco central de los bancos centrales.

La búsqueda desesperada de rentabilidad está llevando a los ahorradores e inversores a asumir riesgos en los que en condiciones normales no incurrirían. A ello contribuye que los tipos de interés cercanos al 0% suponen ausencia de información fidedigna. Los precios de los factores productivos y de los bienes son fuentes informativas cruciales para la adopción fundada de decisiones. Y con los precios del préstamo en niveles artificialmente bajos por la acción discrecional de política monetaria lo que se está produciendo son tomas de decisión no informadas cuyos costes se conocerán en el futuro.

Hoy persisten niveles de endeudamiento elevados, el índice bursátil Dow Jones se ha duplicado en seis años y alcanzó cotas inéditas, en China se teme el pinchazo de sus burbujas inmobiliaria, de crédito y bursátil, las operaciones de fusiones y adquisiciones corporativas (1,7 billones de dólares en el primer semestre) están cercanas al nivel récord (2 billones) de 2007 (el año previo a la crisis) y las primas de riesgo y la rentabilidad de los bonos no siempre reflejan los fundamentos de los países porque están distorsionadas por la acción -además, divergente- de los principales bancos emisores del mundo.

Los tipos casi nulos han estrechado de tal modo los márgenes bancarios que, de persistir la situación, el sector se verá abocado bien a acometer nuevas fusiones, reducciones de empleo y cierres de oficinas para ajustar de nuevo sus costes a unos ingresos ordinarios muy mermados o bien a incrementar el cobro de comisiones al cliente por los servicios.

Las autoridades monetarias también precisan empezar a subir tipos y a adelgazar -más adelante- sus balances (hoy saturados por activos de deuda pública y privada adquiridos como mecanismo de inyección en la economía de sus abultadas expansiones monetarias) para disponer de munición con la que hacer frente a una hipotética nueva recesión que pudiera producirse. Con los tipos en el 0%, y con los balances anegados de deuda, la política monetaria está agotada y, en caso de retroceso económico, los bancos centrales carecerían de capacidad de respuesta. Precisan por lo tanto subir tipos para disponer de margen de bajada en caso de que se necesite volver a recurrir al estímulo monetario como recurso para reactivar la economía y prevenir una nueva recesión. Los arsenales han de ser repuestos.

Frente a estas certezas se erigen evidencias de sentido contrario. Y esto explica la vacilación de la Reserva Federal (FED). La historia económica acumula una larga experiencia de retiradas precoces de estímulos que condenaron a economías convalecientes a graves recaídas. Ocurrió en muchas épocas y en muchos países. De aquí que el FMI dijera en enero de 2014 que "es crítico evitar un repliegue prematuro".

No se aprecian todavía, además, tensiones inflacionarias, ni crecimientos raudos de la actividad ni incrementos significativos de los costes laborales unitarios que exijan medidas contractivas. Una subida de tipos en EE UU puede frenar el PIB y la creación de empleo; dañaría a la bolsa y su "efecto riqueza"; apreciaría más al dólar, lo que perjudicaría a las exportaciones de EE UU, agravando con ello su déficit comercial (el FMI lo estima en 484.000 millones de dólares este año), y presionaría aún más a la baja el precio de las materias primas, que suelen cotizar a la inversa que la divisa estadounidense. En un contexto de baja inflación como el actual, un mayor abaratamiento de las materias primas supondría un refuerzo de la pulsión deflacionaria, que es contra la que están luchando los bancos centrales con políticas ultraexpansivas.

Las empresas y las familias siguen muy endeudadas en algunos países, y éste es otro motivo para extremar la cautela antes de subir tipos porque, como dijo en julio el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, una revisión al alza, aunque sea gradual, supondrá "sacudidas y ajustes".

La subida de tipos en EE UU entrañará riesgos adicionales para las economías emergentes: unas, por su dependencia de las materias primas; otras, por su endeudamiento en dólares; y no pocas, por el riesgo de salida de capitales hacia la mayor potencia del planeta una vez que la subida de tipos entrañaría unas condiciones de rentabilidad más atractivas y se interpretaría como la proclamación por la FED de que la economía de EE UU habría entrado en una senda de crecimiento sólido y seguro. El peligro de la salida masiva de capitales también afectaría a la Eurozona (sería una de las vías de posible contagio del alza de tipos) y de forma muy inquietante a China. Y Janet Yellen, presidenta de la FED, dijo en julio que la mayor amenaza mundial no es Grecia, sino China.