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La clase es como la fe, se tiene o no

Tres episodios que definen la vida de un caballero empresario católico en un mundo codicioso del que el Papa llega a decir: "La economía mata"

Martín González del Valle, con el arzobispo Osoro.

Cabe conjeturar lo que Martín González de Valle, católico inequívoco, pudo pensar hace unos meses cuando el Papa Francisco sintetizó en una frase los males del neoliberalismo: "La economía mata". Sin duda, el barón de Grado, buen conocedor de la Doctrina Social de la Iglesia, sabía del veto católico al liberalismo, que originariamente fue una especie de terror eclesiástico y decimonónico ante la libertad, pero que pasadas las décadas, ya en la segunda mitad del siglo XX, se reformuló como seria objeción a todo sistema económico que despreciase ("descartase", dirá Francisco), las condiciones de vida de los individuos.

Pero acudamos a la biografía de González del Valle, hombre de empresas que en un momento dado escuchó frases de semejante relieve en boca de un alto eclesiástico español, el cardenal de Toledo, Enrique Plá y Deniel, hombre muy vinculado al régimen -hasta el punto de que el término "Cruzada" nació en una cartas pastoral suya sobre la guerra civil-, pero que también mostró facetas poliédricas. Una de ellas fue el acierto de promover al episcopado a Gabino Díaz Merchán, uno de los obispos imprescindibles para entender la España contemporánea. Y otra más fue la de dar su apoyo a que la Acción Católica pudiera enunciar desde finales de los años cincuenta las mismas reivindicaciones de derechos que el resto de venideros movimientos sociales de la época, incluido el derecho de huelga. Tras aquel apoyo Plá y Deniel renunció a sus cargos políticos en el régimen, procurador en Cortes y miembro del Consejo del Reino y del de Regencia. El nacionalcatolicismo había comenzado a romperse.

Pues bien, el cardenal de Toledo convocó en cierta ocasión a empresarios notables de la economía española, entre ellos el propio Martín González del Valle, y les dijo frases casi tan fuertes como las de Francisco. El barón lo recordaba en sus "Memorias" para LA NUEVA ESPAÑA (diciembre de 2008): "Tuve la suerte de que siendo muy joven, me llamaron para formar parte en los años cincuenta de un grupo de empresarios llamado Acción Social Empresarial, una organización vinculada totalmente a la Iglesia y que reunía en ese momento a la flor y nata del empresariado español: presidentes y directores del Banco Bilbao, del Banco Hispanoamericano, de empresas eléctricas, etcétera". Acción Social Empresarial, que sigue existiendo y hoy preside Luis Hernando de Larramendi (Mapfre), era la rama de la Acción Católica destinada a los empresarios, y Plá y Deniel "nos llamó gravemente la atención al decirnos que una de nuestras obligaciones era la de ofrecer el salario justo. Nos dijo: 'Tengan presente que un beneficio obtenido con salarios bajos, injustos, es un beneficio injusto y va a cargarse en la conciencia de ustedes'".

Los conceptos de salario justo o de precio justo han sido muy reelaborados y han perdido precisamente lo más importante, la condición de "justo", término incompatible, se dice, con la economía de mercado. Sin embargo, aquellos hombres de Acción Social Empresarial no despreciaron la palabras de Plá y Deniel y durante años publicaron en su boletín una estimación del "salario mínimo vital", un concepto asumido perfectamente hoy por cualquier fuerza política, pero que en aquello años molestaba precisamente a los sindicatos verticales del régimen. "Un equipo de economistas determinaba mes a mes ese salario mínimo para un matrimonio con tres hijos", evocaba Martín González del Valle. "Eso nos creó muchos problemas con la organización sindical del régimen, porque nosotros sugeríamos un salario mínimo superior a los que entonces había en el mercado laboral, y establecidos por el régimen casi por decreto". El sindicalista Marcelino Camacho confesó años después a los miembro de Acción Social Empresarial que "desde la cárcel, las instrucciones que él daba para las negociaciones colectivas decían que se atuvieran al salario mínimo vital de nuestro boletín".

En el presente, que es un tiempo en el que "exhibicionismo, codicia y agresividad" (son palabras de Joaquín Almunia), han dado unos frutos calamitosos, los episodios narrados por Martín González del Valle podrían ser fácilmente neutralizados por el cinismo. Pero no por ello nos resignamos a no recordarlos.

Era católico fiel y también un caballero, circunstancia generalmente conocida y heredada de su padre. Hay una anécdota impagable de Octubre de 1934 que el evocaba. El sargento Vázquez, del comité revolucionario anarcosindicalista, se presentó en su casa durante la Revolución. "Calculo que venía a liquidar a mi padre", decía el barón de Grado con elegancia.

"¿Qué puedo ofrecerle?", preguntó el marqués de la Vega de Anzo, y le sirvió un vino. Conversaron y al cabo de un rato el sargento preguntó: "¿Esto es un Montilla?", y su padre respondió: "Creo que más bien es un Moriles". Hay que imaginarse la escena, en la que había un revolver y, al fondo, una ciudad dinamitada y demolida en casi todos sus elementos burgueses. En aquella casa no se derramó sangre ese día y, ciertamente, ofrecer una copa de vino a un ejecutor verosímil no forma parte de los relatos habituales.

De hecho, en Martín González del Valle se ha cumplido el dicho de que "la clase es como la fe, se tiene o no se tiene". Descanse en paz.

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