El arsenal de que dispone el BCE es cada vez menor. Las políticas monetarias ultraexpansivas empiezan a agotar sus recursos y esto es otro motivo de inquietud porque aún hay que consolidar e impulsar la salida vacilante de la mayor y más compleja crisis económica en 70 años, porque están surgiendo nuevos frentes de inestabilidad, y porque, en contradicción con lo anterior, se empieza a precisar la normalización de las políticas monetarias para atesorar fuerzas ante la eventualidad de otras crisis.

Entre las opciones al alcance del BCE se ha barajado la reducción del tipo oficial del 0,05% al 0% (un movimiento simbólico), situarlo en tasa negativa (sin precedente) y acometer un segundo endurecimiento de la tasa de descuento que el BCE cobra a los bancos (ya lo hizo hace un año) para forzarlos a aumentar el crédito. Esta decisión, sumada al estrechamiento de márgenes, metería más presión a la solvencia de la banca. Se especula con una ampliación aún mayor de la base monetaria, bien aumentando el importe mensual que el BCE inyecta en la economía (60.000 millones) o prolongando el programa más allá de septiembre de 2016, así como una mayor diversidad de los activos financieros que adquiere. Rebajar la tasa de descuento a la banca permitiría al BCE, según sus normas, comprar activos con rentabilidades negativas hasta ese mayor nivel de descuento. Otras opciones más agresivas e insólitas podrían llegar hipotéticamente a entregar dinero a los ciudadanos para fabricar inflación (pérdida de valor del dinero) e impulsar el consumo.