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El negocio que avisa del riesgo de infarto

Dos jóvenes químicos asturianos lideran Nanovex, empresa dedicada a la nanotecnología y distinguida como la más innovadora de Asturias

De izquierda a derecha, Rebeca Alonso, Ana María Coto, Lucía Martínez y Daniel Pando. NACHO OREJAS

La química Rebeca Alonso rebusca en la mesa de su laboratorio hasta que localiza un pequeño frasco con un líquido de color rojo. "Aquí dentro hay nanopartículas de oro", señala. En el recipiente conviven partículas de un tamaño ínfimo, totalmente imperceptibles para el ojo humano, pero que tienen unas oportunidades de negocio gigantescas. Basta que una gota de sangre entre en contacto con ellas para poder detectar enfermedades de forma precoz, entre ellas posibles infartos. Esta es una de las dos principales áreas de negocio de Nanovex, una compañía biotecnológica asentada en la incubadora del CEEI en Llanera, fundada por Daniel Pando, doctor en ingeniería química por la Universidad de Oviedo, y por Rebeca Alonso, a un paso de obtener también su doctorado.

La otra parte de su actividad tiene que ver también con esas partículas del tamaño del nanómetro (una milmillonésima parte del metro), las llamadas nanovesículas, en las que se encapsulan compuestos que, por ejemplo, pueden adherirse a los fármacos y lograr así mejorar su efectividad. Han conseguido, por ejemplo, que algunas pastillas dirigidas a luchar contra el cáncer sean mucho más efectivas en su batalla contra los tumores y que sus efectos secundarios sean menores sobre los pacientes. Lo están haciendo de la mano del doctor Eduardo López Collazo, director científico de Investigación Sanitaria del Hospital de la Paz (Idipaz) de Madrid.

Acaban de empezar la comercialización de ambos productos (las nanopartículas metálicas y las nanovesículas), que elaboran en Llanera), que distribuyen en pequeños botecitos y que van dirigidos sobre todo a departamentos de I+D. Pero al mismo tiempo también se han involucrado en numerosos proyectos aportando su amplio conocimiento en el campo "nano".

En uno de ellos, patrocinado por el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (Cedeti), usan sus nanovesículas para "enriquecer alimentos y hacerlos más funcionales". "A un yogur, por ejemplo, podemos añadirle resveratrol o hierro", asegura Pando. Eso repercute en que este lácteo sea más saludable e incluso puedan ayudar a prevenir ciertas enfermedades.

La biotecnológica nació al abrigo de la Universidad de Oviedo, de la mano del catedrático de Química Física Agustín Costa. Son lo que se llama una "spin-off". Dar el salto del laboratorio universitario a la empresa, reconocen, no fue fácil, y el camino como emprendedores que llevan ha estado lleno de subidas y bajadas, tanto económicas como emocionales. Acumulan ya alguna que otra decepción y unas cuantas alegrías. La última la tuvieron esta misma semana. Los asistentes a las jornadas empresariales organizadas por el Instituto de Desarrollo Económico (IDEPA) y del Centro Europeo de Empresas e Innovación (CEEI), donde están alojados, los eligieron como el mejor proyecto empresarial del año. Sacaron algo más de la mitad de los votos de la sala y se impusieron a los otros dos proyectos que competían por el galardón.

Las dos áreas de su negocio surgieron de sus dos tesis doctorales. La de ella Rebeca Alonso versa sobre nanoparticulas metálicas y se presentará en breve. La de Daniel Pando la leyó hace algo más de un año, sobre nanovesículas. Pando presume que durante este año de vida, Nanovex ha conseguido formar parte de importantes consorcios de investigación aportando sus amplios conocimientos. "Más de los que esperábamos", destaca.

Una de las aplicaciones estrella de sus nanopartículas es la detección de enfermedades. Para hacerlo es el oro que está incrustado en estos minúsculos productos el que, explica Alonso, "funciona como chivato". El mecanismo es muy similar al que se usa en los test de embarazo. Si existe la enfermedad, esos materiales metálicos menos que microscópicos lo delatan cambiando de color. "Es un producto que tiene mucha aceptación sobre todo en países en vías de desarrollo, que no tienen tantos medios médicos como aquí, ya que así pueden diagnosticar enfermedades solo con una muestra de orina o con una gota de sangre", asegura.

También hay otra variedad de nanoparticulas que comercializa Nanovex y que en lugar de ir cubiertas de oro están impregnadas de plata. Su uso cambia. Y abre el abanico a otros campos que poco tienen que ver con la medicina, como la industria textil. "Se usan en calcetines, por ejemplo, para prevenir los malos olores y las bacterias", asegura Alonso. Aunque ambos tienen muchos más usos.

Ahora tienen que vender sus productos, de modo los dos promotores del proyecto ya no tienen tanto tiempo para pisar el laboratorio como antes. En su lugar, las máquinas donde se hacen estos desarrollos biotecnológicos las frecuentan sus dos trabajadoras: Ana María Coto, doctora en química, y Lucía Martínez, ingeniera química. Los emprendedores, que cuentan con el respaldo de Química del Nalón como socio, aspiran a ampliar la plantilla, buscando también otros perfiles diferentes como bioquímicos o físicos.

En el mercado de las nanopartículas, Nanovex tienen bastante competidores, pero en el de las nanovesículas el campo de actuación está aún yermo. "Para hacer estas nanovesículas necesitas todo un equipamiento, que nosotros tenemos aquí después de haber hecho una importante inversión; también hace falta conocimiento porque esto es una formulación compleja", asegura Daniel Pando.

Ahora Nanovex ha empezado a comercializar unos pequeños botecitos en los que está incluida lo que se conoce como una "preformulación". Mezclándola con agua y agitando se consigue formar esas nanovesículas. "Eso sí que es novedoso; hay, que sepamos, una empresa japonesa que hace algo similar, pero no igual", señala. Generalmente, la demanda principal de este producto la encuentran en los departamentos de investigación y desarrollo (I+D) de otras compañías.

Al contrario de los que les pasa a muchos investigadores, ya dentro de la Universidad Alonso y Pando eran un torrente de ideas que querían poner en práctica para hacer negocio. "Al principio, cuando decidimos emprender, tuvimos que sentarnos y hacer un plan de empresa, porque queríamos hacer muchas cosas, tuvimos que centrarnos", señala Rebeca Alonso. Su compañero, sentado en una oficina contigua al laboratorio, asiente y afirma: "Una empresa tiene que vender, y tienes que sacar al mercado lo más pronto posible algunos productos, investigar por investigar algo que ahora no vamos a poder vender no se puede hacer".

Eso sí, siguen manteniendo el gusanillo de la I+D. De cara al futuro, cuando sus productos ya estén bien asentados y tengan una demanda solvente su intención es la de seguir investigando nuevos desarrollos químicos que, a más largo plazo, puedan llevar al mercado. "Nos gustaría poder destinar recursos a algo que a corto plazo sabemos que no nos va a repercutir muchos beneficios pero que dentro de unos años puede que tenga una demanda potente", apunta Alonso.

En el CEEI han tenido un buen aliado para dar el salto de laboratorio de la facultad a llevar las riendas de una empresa. Allí, además, de encontrar acomodo también han tenido formación y ayuda en la gestión en la que eran bisoños.

Ahora su intención, aseguran, es la de seguir creciendo con cabeza. Hacer clientes para vender sus productos para, a no muy tardar, poder volver a enfundarse la bata y volver a investigar

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