Las Bolsas europeas recibieron con entusiasmo las nuevas medidas de estímulo del BCE. Es lo lógico cuando el banco central se pone a fabricar dinero para comprar deuda, prevenir la deflación, hundir los tipos de interés, impulsar el crédito bancario y depreciar la moneda. Pero la euforia se apagó enseguida. Las grandes plazas europeas cerraron a la baja (entre el 0,5% y el 2,3%), con la salvedad del Ibex 35, que logró un tímido avance del 0,07%.

También el euro tuvo un comportamiento errático: primero se comportó según los cánones (cayó desde 1,103 dólares de la víspera hasta 1,0850) pero terminó subiendo a 1,12 dólares. Y los tipos de interés de los bonos públicos a diez años (salvo los de Grecia, que retrocedieron) tampoco lo festejaron: avanzaron, aunque con cautela, en vez de retroceder.

La volatilidad forma parte de los rasgos inherentes a la vacilante e incierta salida de la mayor crisis económica en 70 años. Y las dudas también. Tras la inyección de 720.000 millones desde marzo de 2014, con el tipo oficial de interés ligeramente por encima del 0% desde 2013 y tipos negativos para los bancos desde junio de 2014, la economía sigue débil y con pérdida de pulso, y la inflación, renuente. El BCE redujo ayer sus previsiones de diciembre pasado y esto disipó cualquier vestigio de optimismo: la eurozona no crecerá este año el 1,7%, sino el 1,4%, y la inflación, lejos de situarse en el 1%, terminará en el 0,1%. El BCE también revisó a la baja sus proyecciones para 2017 y 2018. El FMI ensombreció aún más el horizonte. Ayer pidió medidas "urgentes, más exhaustivas y coordinadas" para atajar la ralentización global.

La drástica decisión del BCE de ayer (superior a la esperada) decepcionó porque evidencia el debilitamiento de la recuperación y la insuficiencia de la expansión monetaria. Y creó una inquietud adicional: se constata que el BCE se está quedando sin munición.