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Avelino Suárez, o el impulso emprendedor

Un referente como empresario, representante de los ingenieros y persona

Avelino Suárez, o el impulso emprendedor

Aunque mi amistad con Avelino Suárez no se remonte a muchos años atrás sino que sea más bien reciente, ha sido lo suficientemente fecunda como para haberme permitido compartir con él alguno de los momentos más intensos de mi vida, varios de ellos vinculados a experiencias inolvidables en la montaña asturiana. Creo que debo decir esto por delante, pero no como excusa ante una posible parcialidad en la valoración, sino justamente por el motivo contrario. Es esa amistad la que me permitió conocerle mejor y, de ese modo, espero, ser más objetivo al intentar valorar, bajo el dolor por su pérdida, lo que ha supuesto su labor y el vacío que deja su ausencia.

Con Avelino se marcha, sin duda demasiado pronto, un gran emprendedor, esa especie de hombres que en Asturias sigue siendo tan necesaria como rara. Como la creatividad y la capacidad de diálogo no tienen campos exclusivos para ejercitarse, en Avelino Suárez se solaparon durante bastantes años la labor representativa con la actividad empresarial. Así, mientras a lo largo de 25 años desempeñaba de forma desinteresada la máxima representación de los ingenieros técnicos de Minas, a escala asturiana primero y española después, con una importante proyección internacional finalmente, fue haciendo crecer un proyecto empresarial con el que supo anticiparse, que es la única forma de llegar a tiempo, a la necesidad de las empresas asturianas de buscar nuevos campos de actividad que sustituyan a los que en su día sacaron a la región de una pobreza secular para situarla en la vanguardia de la economía española.

Impulso Industrial Alternativo, una ingeniería cuyos orígenes se vincularon a actividades tan tradicionales en Asturias como la minería y la industria metalmecánica, supo ampliar luego su oferta de actividades a campos tan diferentes como la acuicultura, la restauración medioambiental, la investigación geológica o el diseño de parques tecnológicos. Esa evolución, en la medida que suponía internarse en territorios ignotos, dio origen a no pocos episodios emocionantes. Recuerdo, por ejemplo, el relato de la construcción, por el sistema de llave en mano, de una planta de cría de rodaballos en Galicia. Un problema clave del proyecto consistía en conectar la planta con el mar abierto para renovar el agua. La solución consistió en una ancha tubería de plástico de un kilómetro de longitud. Pero la empresa que podía fabricarla planteaba a su vez el serio problema de que su factoría estaba en Noruega. Se halló una solución. La empresa fabricó los dos macrotubos de 500 metros y los botó al mar, tras sellarlos previamente por los extremos para que flotaran. Y, ya sobre el agua los tubos, unos barcos los pastorearon desde Noruega a la costa gallega a lo largo de uno de los itinerarios marítimos más congestionados del mundo. Llegaron. "Cuando los vi embocar la planta de acuicultura, se me saltaban las lágrimas", contaba Avelino.

La emoción de resolver los retos implicaba muchas cuestiones previas. La principal, contar una plantilla de trabajadores cuya preparación y versatilidad fuera capaz de asimilarlos con la suficiente competencia. Con inteligencia, lucidez, decisión y una energía en la que la determinación se complementaba con la generosidad, Avelino supo ser el líder que necesitaba Impulso. En su concepción empresarial los trabajadores tuvieron la máxima consideración. Hasta donde yo sé, su principal preocupación fue contar con los mejores y facilitarles su labor en la medida de lo posible. En ese sentido su empresa fue pionera en Asturias la introducción de medidas que favorecieran la conciliación de la vida familiar. Así, por ejemplo, la sede de Impulso en el Parque Tecnológico de Llanera fue de las primeras en contar con una guardería en sus instalaciones. Pero, a la vez, Impulso se aplicó pronto a abrir nuevos mercados para buscar en África o Iberoamérica los mercados que la crisis cerraba en España y, de ese modo en poco tiempo llegó a tener el 80 por ciento de su actividad fuera de España. Fue el propio Avelino quien, a una edad en la que la mayoría de las personas piensan en la jubilación, comandó esa expansión, tan difícil como necesaria para que la empresa sobreviviera y los trabajadores mantuvieran su empleo.

Bajo esa determinación subyacía una actitud nacida de su experiencia vital. Quien conociera a Avelino Suárez sabría hasta qué punto le había marcado la historia de su padre, un trabajador al que él entendió que su empresa había tratado de forma injusta. Siempre lo había tenido presente, pero en vez de transformar en resentimiento ese recuerdo, intentó convertirlo en referente que orientara su conducta hacia la dirección correcta. Así le gustaba proclamarlo, y creo que era sincero.

La expansión internacional de su empresa le llevó a ser cónsul honorario de Angola en Asturias. Tuvo reconocimientos importantes, como la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, de los que sin duda se sentía orgulloso. Pero no más que de los más modestos, pero también más entrañables, que le llegaron de su querido concejo natal: pregonero en la fiesta de los Exconxuraos, llanerense del año o hijo distinguido de la parroquia de Villardeveyo, en cuya escuela estudió y a cuyo maestro, don José María Pérez, guardó una imperecedera gratitud.

En todo caso, de nada se sintió más orgulloso que de su familia. De su madre, trabajadora incansable, una modesta emprendedora que nunca se jubiló. De su mujer, Mary Díaz Elórtegui, su gran cómplice en cualquier momento y ocasión. De sus hijos, Paulo, Jorge y Juan y sus nueras, Vera, Lucía y Vero, que le han dado unos nietos a los que se empeñó en inculcar que le llamaran "güelu", sin duda porque ese apelativo le vinculaba más a sus orígenes. En esa gran familia se integra sin duda Francisco Cuervo Ania, más que socio de Avelino, un hermano, como Pepito y Alfredo, que lo son de sangre. Todos ellos pierden a la persona. No al líder, que les deja sus sueños como referencia que sin duda sobrevivirán.

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