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El dilema colaborativo

Las plataformas de consumo sin intermediarios ganan adeptos en Asturias, pese a las dudas sobre su legalidad y los avisos sobre los efectos económicos adversos

El dilema colaborativo

La autopista que cruza la Meseta y que une Asturias con Madrid se llenará hoy, como casi todos los domingos, de coches de asturianos que han encontrado una salida laboral o que estudian en la capital española y que regresan tras pasar el fin de semana en casa. Con una peculiaridad: muchos de ellos, aunque comparten vehículo, trayecto y gastos, hasta el momento de iniciar el viaje eran perfectos desconocidos. Se conocieron unas horas antes de emprender la marcha vía internet.

Este es un ejemplo de lo que se conoce como consumo colaborativo, una práctica que, aupada por la crisis, está ganando adeptos en Asturias. Pese a las dudas sobre su legalidad, a que acumula denuncias por la opacidad fiscal de las empresas que están detrás de estas aplicaciones y a que algunos economistas pronostican que acabarán dejando más paro que riqueza. Aún así, su avance es por ahora imparable.

"La economía colaborativa ha llegado para quedarse, no es ninguna moda". La sentencia es de Beatriz Escriña, responsable de comunicación para España y Portugal de Blablacar, la plataforma para compartir coche en trayectos largos, que está convencida de que "estamos ante un cambio radical de mentalidad en la sociedad". Enfrente tiene a la patronal del transporte de viajeros Confebus, en la que está integrada la asturiana Alsa y que ya ha llevado ante los tribunales la actividad de esta plataforma porque considera que lo que hacen "no es legal". "Este sistema ha calado mucho en la sociedad, pero mientras que la ley española no cambie están actuando fuera de ella", asegura Rafael Barbadillo, vicepresidente de esta asociación. Y se explica: "Tenemos un marco regulatorio que distingue claramente entre lo que es un transporte público y uno privado, y en el segundo se prohíbe cobrar, además de que estas plataformas están actuando como intermediadoras. Forman un operador más en el sector, ya que se llevan una comisión por cada viajero, trabajan como si fueran una agencia de viajes pero sin cumplir ningún derecho".

Falta que el juez se pronuncie, pero la herida ya está abierta. Los usuarios destacan muy positivamente las elevadas frecuencias de coches para compartir, el hecho de que muchos de ellos llegan a donde no lo hace el autobús y el ahorro para sus bolsillos. Con ese caldo de cultivo, Blablacar ha alcanzado los 36.600 usuarios en Asturias, un 13% más que el año anterior. Beatriz Escriña asegura que el crecimiento en el Principado está siendo sostenido desde que echaron a andar allá por 2010. Y presume de que esto ya no es una cosa exclusiva de jóvenes. "Cada vez hay más gente de 50 años o más que usa nuestro servicio", defiende.

Confebus reconoce el impacto. "Tiene incidencia sobre nuestra actividad, porque son un competidor más del mercado, pero el sector está haciendo los deberes y modernizándose", asegura Barbadillo. Por lo que no dan la batalla aún por perdida. En una situación calcada está la empresa Uber, otra de las paradigmáticas del nuevo consumo colaborativo, y que ha puesto patas arriba al sector del taxi en Madrid y Barcelona, también con denuncias de por medio.

Mientras que estas plataformas van ganando adeptos también van acrecentándose las dudas sobre su legalidad y efectos económicos. José Pedreira, catedrático de Derecho Financiero de la Universidad de Oviedo, asegura que "este tipo de actividades no generan ningún beneficio, ya que son unas prácticas económicas muchas veces opacas a la fiscalidad y que, en ocasiones, suponen una pérdida financiera".

Este experto explica que la Unión Europea está buscando fórmulas para hacer que las plataformas paguen impuestos. "El consumidor recibe un servicio, por lo general, a un precio inferior, pero muchas veces no es consciente del perjuicio que está generando a las empresas ya establecidas que tributan y generan empleo. Además, muchos de los derechos y garantías que tiene el consumidor cuando contrata con un empresario desaparecen en las transacciones realizadas en el ámbito del mercado colaborativo", asegura Pedreira.

Pese a estas desventajas sobre la mesa, la previsión es que este tipo de actividades siga aumentando, aunque la crisis que las alentó acabe del todo. "Me atrevería a aventurar que la mejoría económica permitirá aumentar los sectores en los que se crearán plataformas y modelos de intercambio colaborativo que terminarán con los modelos tradicionales de comercialización de productos", sostiene el catedrático.

Sus perdiciones no están lejos de hacerse realidad. Aunque las plataformas para compartir coche o para alquilar viviendas de veraneo a particulares, que hasta el propio Principado y otras comunidades han regulado por la presión de los hoteleros, sean las más conocidas, también están floreciendo otras muchas en sectores de lo más diversos, como, por ejemplo, el primario.

Un grupo de emprendedores de la región está intentando traer al Principado un modelo de compraventa de productos alimentarios que elimina de un plumazo a los intermediarios. Es una plataforma de consumo colaborativo, bautizada como "La colmena que dice sí", que nació en Francia y que ya funciona con éxito en varias ciudades españolas. "El objetivo", asegura su promotora, Marina Vidiago, "es poner en contacto a productores con los clientes de manera directa". El intercambio de los alimentos y el dinero se hace en mano en un evento semanal, que en el caso de Asturias tendrá lugar cada sábado por la mañana en la llamada "Freehouse", un chalé a las afueras de Oviedo donde conviven varias empresas tecnológicas incipientes. De cada transacción la plataforma y los organizadoras se quedan un porcentaje. El grupo está a la búsqueda de productores, que deben pasar una serie de controles sanitarios, para ponerlo todo en marcha antes de fin de año.

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