El día 3 de noviembre nos llegó la triste noticia del fallecimiento de nuestro amigo y compañero Pedro Cepeda de Vera. Se incorporó al Banco de Bilbao en los primeros años de la década de los setenta, aquella década tan pródiga y decisiva en la historia de nuestro banco. Trabajó varios años en el área comercial, luego pasó al servicio de personal como colaborador de otro compañero excepcional que también nos ha dejado: José Ramón Fernández Suárez. En los años previos a su jubilación pasó a la dirección del Banco del Comercio en Oviedo. Fue Pedro Cepeda un compañero muy querido y admirado por cuantos le conocieron.

Cuando nuestro director Paulino García Toraño me encargó una nota sobre Pedro Cepeda destinada a la página web de UNITER, la asociación de exempleados del BBVA, y que LA NUEVA ESPAÑA ha tenido la amabilidad de reproducir, pensé y pienso que se estaba equivocando: yo no puedo referirme a Pedro Cepeda sin deslizarme hacia lo personal y sin pasar directamente al homenaje.

En una ocasión en que charlábamos un grupo de compañeros alguien se sorprendió de que Pedro y yo incurriésemos frecuentemente en las mismas referencias y comentó: no sabía que erais viejos amigos, a lo que Cepeda respondió: Manolo y yo somos amigos desde las primeras letras. "Desde las primeras letras", la expresión parecía desprendida de un texto clásico, pero era su manera normal de expresarse, porque Cepeda era, además de un gran profesional, un humanista.

Sólo he llegado a conocer a una persona que se supiera entero aquel bachillerato vigente en los años cuarenta y que fue lamentablemente arrumbado en 1953. Esta persona fue Pedro Cepeda. No es que lo hubiera estudiado con el mayor aprovechamiento. No, es que se lo sabía entero. Sabía todavía, a estas alturas de la vida, integrar y derivar, dividir un polinomio por un binomio, enumerar sin titubeos las familias de los insectos, recitar un pasaje del "Orlando Furioso" de Ariosto y traducir a Virgilio? sin diccionario. Todo ello ¡setenta años después!

Compartimos también ambos las enseñanzas del excepcional profesor universitario que fue Torcuato Fernández-Miranda. Años después de dejar las aulas universitarias de Oviedo llegué a honrarme con la amistad de aquel inolvidable maestro y un día que conversábamos surgió el nombre de Pedro Cepeda y don Torcuato me comentó: "creo que Pedro Cepeda podría ser el alumno más inteligente que se haya sentado en los bancos de mi clase".

No he podido evitar estos desahogos tan personales porque es probable que hayan podido pasar desapercibidos algunos de sus rasgos de superioridad, porque él sabía disimularlos con la profunda humildad que suele acompañar a los magnánimos.