Los doce países del cártel petrolero OPEP (que concentra el 40% de la oferta mundial bajo el liderazgo de Arabia Saudí, principal exportador), y otros doce estados ajenos a este oligopolio (entre ellos Rusia, mayor productor del planeta, y México) pactaron ayer prolongar nueve meses más (hasta marzo de 2018) la limitación de la producción de crudo, que entró en vigor el 1 de enero y que vencía el 30 de junio.

Este recorte de bombeo, el primer pacto de ajuste productivo en el sector desde 2008, y por el que se recortó la extracción en 1,8 millones de barriles diarios, pretende estabilizar el precio del barril entre los 55 y los 60 dólares tras haberse desplomado entre 2014 y comienzos de 2016 de los 114 a los 26 dólares.

En febrero, al mes de entrar en vigor el recorte, el barril llegó a encaramarse a los 54 dólares, pero desde entonces cayó de nuevo hasta los 46 como consecuencia de los abultados "stocks" acumulados en el mundo (1.000 millones de barriles), la demanda tenue y la reapertura de las explotaciones no convencionales en EE UU mediante la fractura hidráulica o "fracking", muchas de las cuales vuelven a ser rentables en cuanto el barril supera los 50 dólares. En los últimos días, el crudo volvió a subir hasta los 54,04 dólares tras la entente de Arabia Saudí y Rusia el día 15 para prolongar el ajuste.

Ayer, sin embargo, y tras confirmarse la prórroga del ajuste, el petróleo no subió sino que bajó 2,61 dólares (el 4,63%, la mayor caída diaria en tres semanas) y cerró en 51,4 dólares. Las causas son varias: el acuerdo ya estaba descontado, hubo operadores que aplicaron el principio de "comprar con el rumor y vender con la noticia", algunos inversores y analistas reaccionaron con decepción porque confiaban en un mayor recorte y durante más tiempo, y el presidente de EE UU, Donald Trump, acaba de anunciar un plan para vender la mitad de las abultadas reservas estratégicas de crudo que acumula el país.