Las ventas de Adolfo Domínguez ya crecen más que la media del sector textil después de un lustro en el que la empresa a punto estuvo de hacerse jirones. El renacimiento de la marca llega después de que la familia fundadora retomara el timón de la empresa y colocara en la mayoría de los puestos de responsabilidad a empleados de la casa. "La empresa familiar no se arruga", afirmó ayer en Oviedo Adriana Domínguez, consejera de la compañía, responsable de su línea de perfumes y una de las tres hijas de Adolfo Domínguez. Todas ellas tienen ahora cargos de responsabilidad en la empresa.

Adriana Domínguez se considera tercera generación de la empresa familiar, porque fueron sus abuelos, dos gallegos que emigraron a Cataluña, los que iniciaron el negocio. Su abuela regresó a Orense y allí comenzó a vender las telas que le enviaba su marido desde Barcelona. Luego abrieron una sastrería y después una fábrica textil en Orense. Adolfo Domínguez, por entonces estudiante de Filosofía emigrado a París, se incorporó a la empresa de sus padres con la condición de que le dejaran introducir las tendencias que había visto en Francia. Fue el despegue de una marca que llegó a tener más de 700 tiendas y que vestía a las azafatas de Iberia o a los actores de "Miami Vice". "No crecimos por ambición, fue por supervivencia, porque sin tamaño el mercado textil te ahoga", señala Adriana Domínguez. Sin embargo, la crisis cogió a la empresa con un exceso de exposición al mercado español. Las ventas cayeron y contrataron a gestores profesionales que desembarcaron con sus equipos y sus planes estratégicos. Quisieron reorientar la marca, hacerla "premiun". Y las ventas cayeron el 32% entre 2011 y 2015.

La solución fue "recuperar el rol familiar y devolver la confianza a la gente de la casa". Ahora con 511 tiendas y 1.045 trabajadores sus ventas crecen a un ritmo del 8%. "Las cosas se arrugan si envejecen, pero nosotros, tras 40 años, hemos logrado refrescar la marca", señaló Domínguez.