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Un estudiante de filosofía en la cima de Bankia

José Ignacio Goirigolzarri llegó a la presidencia de la entidad tras la intervención estatal y la salida de Rodrigo Rato, y en cinco años ha logrado reconducirla

José Ignacio Goirigolzarri lee un libro de uno de sus filósofos favoritos, W. D. Ross, en su despacho de la sede de Bankia EMV

La primera junta de accionistas de Bankia que presidió José Ignacio Goirigolzarri fue tormentosa. Era finales de junio de 2012. En Valencia. Hacía poco más de un mes que el Estado había intervenido la entidad cofundada por Bancaja y Caja Madrid y relevado al equipo gestor liderado por el gijonés Rodrigo Rato. Bruselas condicionó la ayuda pública de 22.400 millones a que los copropietarios -accionistas, bonistas y preferentistas- fueran los primeros paganos del desastre. El Palacio de Congresos de Valencia estaba tomado por la policía ante la confirmada protesta de los afectados y las asociaciones de usuarios que los representaban. Miles de personas habían perdido parcial o totalmente sus ahorros. La tensión era máxima. Sobre todo en la atestada sala donde se celebró la junta a lo largo de seis horas, consumidas en su mayoría por decenas de damnificados que reclamaban su dinero. Desde la tribuna, Goirigolzarri aguantó el chaparrón -y los insultos- con estoicismo. ¿Qué pensó? Difícil saberlo en un hombre afable y cordial pero poco proclive a las confidencias íntimas.

Es factible presuponerle perplejidad. No en vano apenas unas semanas antes era un banquero jubilado y dedicado a su fundación y al cultivo del espíritu. El sueño de Fray Luis de León. Cuando la crisis de Bankia se agudizó, en abril de 2012, Goirigolzarri recibió la segunda llamada del entonces presidente de Bankia, Rodrigo Rato, para que se subiera a aquel barco a la deriva como su número dos. La primera propuesta la había realizado el mismo exvicepresidente del Gobierno un año antes, también para ser el consejero delegado. Goirigolzarri dijo no por primera vez. Su salida de BBVA en septiembre de 2009 le impedía trabajar para otro banco en los dos años siguientes. Tras su negativa, Rato fichó en mayo al vicepresidente de Banca March, Francisco Verdú, que pilotó la polémica salida a Bolsa de la entidad en julio de ese 2011 y sobre quien pesa una petición de cárcel de 2 años y siete meses por esa operación.

Como buen creyente, en mayo de 2012 no incurrió en el "pecado" de San Pedro y a la tercera dijo sí. No había excusas, porque esta vez iba a recibir todo el poder en la entidad, una condición que consideraba fundamental dada la complejidad del reto. Goirigolzarri había salido de mala manera del BBVA, con una indemnización cercana a los 60 millones, tras sus desencuentros con el presidente, Francisco González. Así que liderar un nuevo proyecto era otra cosa, especialmente para un banquero de los de toda la vida. El momento era de enorme responsabilidad, con aquel paquidermo financiero que amenazaba con arrastrar al país.

Pese al griterío constante en la sala, los improperios y los lamentos de gentes que se sentían engañadas por su entidad, Goirigolzarri mantuvo el temple y no perdió detalle. De entre las tragedias que el hundimiento de Bankia había provocado, una le llamó la atención. Era un anciano que clamaba por que le devolvieran el dinero de sus preferentes, el único que le quedaba. Al terminar, Goirigolzarri pidió a su equipo que se interesara por la situación de aquel hombre. Estaba dispuesto a ayudarle a título personal.

Es un gesto revelador en un banquero que trató sin éxito de que los preferentistas no fueran penalizados, aunque luego los tribunales le dieron la razón. En aquella junta, el presidente de Bankia hacía dos años que acudía un día a la semana durante tres horas a la Escuela de Filosofía de Madrid. Fue en su etapa alejado del mundanal ruido, pero mantiene ese regreso a la escuela, a pesar del tiempo que le absorbe Bankia. Todos los lunes de 14.30 a 16.30 horas un profesor y un compañero de fatigas acuden a la sede del banco en Madrid y estudian, singularmente las aportaciones a la ética de filósofos como Kant, Ross o Brentano.

"Goiri", como se suele aludir a él para acortar su difícil apellido, es vasco por todos los costados. De Bilbao. Allí nació hace 63 años hijo de un matrimonio procedente de sendos pueblos de Vizcaya. La madre se dedicaba a las labores de la casa y el padre era un pequeño empresario. Primero estudió en los Jesuitas de Bilbao y luego se licenció en Económicas en la Universidad de Deusto, donde durante dos años dio clases. Aunque sus orígenes no estaban en la aristocracia financiera de Neguri, Goirigolzarri tuvo entre ceja y ceja desde sus años de estudiante el mundo de la banca, un negocio "aburrido desde fuera pero con actividades muy distintas y atrractivas en su interior, desde la banca comercial a la de inversiones". Entró en el Banco de Bilbao en 1978 como analista de planificación estratégica. Ahí inició una carrera ascendente que fue paralela a las vicisitudes de una entidad histórica que primero se fusionó con su rival el Vizcaya y posteriormente se unió a Argentaria en lo que hoy es el BBVA. Esa trayectoria sirvió a Goirigolzarri para obtener un máster en fusiones y otro en lo que acabó siendo una de sus pasiones: Latinoamérica. Como responsable de esta área geográfica, se recorrió el continente. Insaciable, aprovechaba los veranos para visitar más detenidamente esos países. Siempre con la familia. Es un ritual solo interrumpido los dos primeros veranos en Bankia. Junto a su mujer y sus dos hijos -un abogado que trabaja en Garrigues y una cardióloga del Hospital Puerta de Hierro de Madrid- estuvo el año pasado en Australia. Este verano visitará por segunda vez África en sus vacaciones de 15 días en agosto.

El descubrimiento del caso de las cuentas secretas del BBV en los paraísos fiscales de Jersey, Liechtenstein y las Islas Caimán permitió al entonces copresidente del BBVA, Francisco González, hacerse con todo el poder en el banco. Los antiguos directivos, con el copresidente Emilio Ybarra en primer lugar, fueron cayendo como peones. Goirigolzarri quedó como el último de Filipinas y fue nombrado consejero delegado en diciembre de 2001. Parecía destinado a la presidencia, pero González se saltó todos los acuerdos internos y consiguió que el consejo aprobara un retraso en su jubilación que le ha permitido seguir hasta ahora. Goirigolzarri se fue (o le echaron). Percibió una indemnización que causó escándalo en aquel momento de aguda crisis. Él asegura que no cambió su vida. Sigue residiendo en un piso en Madrid, aunque dispone de una casa en la localidad vizcaína de Plentzia, a la que acude siempre que puede en verano y en donde practica otra de sus aficiones: los paseos por la montaña. Las escapadas de fin de semana de primavera y otoño las reserva para Marbella.

Los dos años y medio de paro no los dedicó sólo a la vida contemplativa. Hubo muchas lecturas de economía, política, historia y, obviamente, filosofía, pero también puso en marcha, junto a su familia, la Fundación Garum, dedicada a apoyar a emprendedores, en especial de Latinoamérica. Aunque ahí ha destinado una parte de la controvertida indemnización, Goirigolzarri no cree que lo sustancial sea el dinero que sigue aportando al proyecto, sino el tiempo que le dedicó y que ahora ha menguado. De hecho, la fundación está casi hibernada porque no estaba "lo suficientemente madura para andar sola" ahora que su promotor solo tiene ojos para Bankia. Goirigolzarri se declara en lo político "razonablemente liberal". Cabría añadir que con rostro humano vistos los gestos de un banquero que, cinco años después de llegar al cargo, ha consolidado a Bankia en el cuarto lugar del escalafón y ultima la absorción de Banco Mare Nostrum. Quienes trabajan con él aseguran que es muy exigente, pero nunca alza la voz. Un jefe calmado.

Por cierto, aquel preferentista al que quiso ayudar resulta que sí había perdido dinero, pero aún guardaba mucho más en Bankia. Y, claro, se quedó a dos velas.

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