La debilidad de la inflación en una fase de crecimiento económico y creación de empleo no es un fenómeno nuevo. Se trata de una tendencia que se agudizó en la actual etapa de recuperación pero que ya ocurrió con anterioridad a la crisis que surgió en 2007-2008. De hecho, ése fue uno de los rasgos distintivos de la larga etapa previa de auge y uno de los fenómenos que más contribuyó a la gestación de las burbujas crediticia e inmobiliaria de los años 90 y 2000 cuyo estallido desencadenó el desplome de la economía.

Como escribió el ex gobernador del Banco de Inglaterra Mervyn King, nadie se percató entonces de que "el periodo de inflación baja y crecimiento estable era insostenible y de que probablemente acabaría con alguna clase de crac". Esta relación de causa-efecto es la que aconseja extremar la cautela sobre los efectos perversos que podría tener ahora una inflación aparentemente dormida o ausente pero que sólo se ha desplazado del mercado de bienes de consumo al de activos financieros y de inversión.

Liquidez. La gran liquidez inyectada desde 2009 por los bancos centrales (una decisión inflacionaria, al igual que los tipos de interés cercanos a cero) no se ha disipado ni esterilizado. Está en el sistema, promoviendo alzas bursátiles y revalorizaciones de activos (incluidos los bosques de Suecia, desde que su banco central redujo sus tasas) a la espera de que los emisores de dinero emprendan su reabsorción siquiera parcial. La Fed comenzará hacerlo de forma paulatina en octubre, y de los demás bancos centrales no hay fecha. Hasta que culmine la retirada de los gigantescos estímulos monetarios inyectados (más de 13 billones de dólares), persistirá el riesgo de que esa gran masa fiduciaria que circula por el mundo eclosione con cualquier agente ignífero que actúe de factor desencadenante.

"Shocks". El acelerador puede ser una intensificación inesperada de la tasa de crecimiento, el pinchazo de cualquiera de los mercados que acumulan revalorizaciones excesivas (la Bolsa de EE UU, las deudas soberanas o los bonos de altos riesgo), el empeño (hasta ahora parcialmente exitoso) de los países productores de petróleo en elevar el precio del crudo, una escalada de la tensión bélica en alguno de los conflictos latentes, el avance de las tentaciones proteccionistas mundiales, el rebrote de los déficits fiscales por la actual ofensiva en muchos países contra todo tipo de impuestos por multinacionales, colectivos ciudadanos y partidos políticos, que el presidente de EE UU (Donald Trump) logre aplicar su agenda inflacionaria o cualquier "shock" político adverso como el Brexit en el Reino Unido, donde la inflación ya se está disparando.

Tipos Cualquiera de estos acontecimientos forzaría una subida de tipos. El Banco de Inglaterra anunció el día 14 que el alza de sus tasas está cerca, lo que revalorizó la libra esterlina de forma inesperada. Y una apreciación del tipo de cambio ejerce efectos análogos a un endurecimiento crediticio. El binomio de un repunte rápido y vigoroso de la inflación, con el consiguiente endurecimiento raudo de las tasas de interés, sería el peor de los escenarios posibles frente a la alternativa más benigna de un gradual acompasamiento de la normalización del IPC y de la política monetaria en paralelo a la mejora de la economía y del empleo, que es lo que ahora se está intentando producir pero con resultados insatisfactorios.

Una emanación rápida de inflación (y más si se acompaña de una subida de tipos correctora) dañaría la capacidad adquisitiva de grandes masas de trabajadores precarios y de bajos salarios, y también de pensionistas con sus prestaciones limitadas por las últimas reformas, lo que agudizaría el descontento social, la crispación política y el repunte de los extremismos, sin que los estados, muy endeudados, tengan demasiado margen para practicar políticas de alivio que atemperen las dificultades de los ciudadanos.

La recuperación rauda de los tipos (como hizo Paul Volcker al frente de la Fed en 1980-1981 para "matar el dragón inflacionario" de dos dígitos) abocaría a una previsible recesión y a un escenario, como entonces, de estanflación (estancamiento con inflación). Otro tanto ocurrió en EE UU en 1919, cuando una revisión repentina de tipos para frenar el aumento del dinero desde el fin de la I Guerra Mundial dio paso a la depresión de 1920-1921.

Deuda. Un repunte general y abrupto de tipos de interés golpearía a una economía mundial en récord de endeudamiento público y privado (225% del PIB global), lo que, de ocurrir, propiciaría turbulencias graves que sólo serían evitables si desde ahora una recuperación comedida pero progresiva de la inflación permitiese la retirada lenta y dosificada (como se pretende) de los estímulos monetarios para drenar el exceso de liquidez antes de que se precipite el escenario que no se desea.

La OCDE dijo en marzo que "la repuesta del mercado a la subida de tipos podría no ser suave" y la casa de análisis Pantheon Macroeconomics acaba de desvelar su temor a que "las condiciones financieras en EE UU se endurezcan de manera agresiva en un corto periodo de tiempo si los inversores siguen creyendo que la inflación no será un problema en el futuro". El expresidente de la Fed Alan Greenspan afirmó en agosto: "Vamos hacia una estanflación desconocida desde los años 70".