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Choque histórico entre los ugetistas asturianos

Los poderes del SOMA

La potencia histórica y el fuerte peso político del sindicato minero asturiano, a punto ahora de desconectarse de UGT, lo convierten en un caso singular en el mapa obrero español

Alperi porta un ramo de flores junto a Javier Fernández en el homenaje anual a Llaneza en Mieres.

La historia de la Asturias contemporánea está escrita, en gran medida, con la tinta de las luchas del sindicalismo minero y la letra de sus éxitos o fracasos. "Todo sale de la mina", cantaba Xuacu el de Sama. No incurría en hipérbole. Una narración de luces y sombras que transcurre desde mediados del siglo XIX, con el desarrollo de la primera industrialización de los valles mineros, hasta hoy mismo. Y con un centenario actor principal, doblado también en ave fénix, que ha venido protagonizando desde su singularidad de origen muchas de esas páginas. Y es que la idiosincrasia del Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias (SOMA) hace de su trayectoria un caso único en el complejo relato del devenir sindical español y aun en el del europeo.

Una "sociedad", según definición de sus estatutos fundacionales, que ha convertido la "negociación" y la "presión" en sus rasgos de identidad. Un binomio que ha esgrimido hasta la bipolaridad: de la convivencia indisimulada con el dictador Primo de Rivera hasta la dirección, en octubre de 1934, de la última revolución proletaria en el Viejo Continente; de su tenue presencia en largos tramos del antifranquismo realmente militante, hasta su olímpica resurrección en el tránsito hacia la democracia, cuando se autoforjó como la piedra angular de la vida política asturiana. La muñidora mano del SOMA.

No ha habido jefe del Ejecutivo socialista del Principado que no le deba al sindicato minero al menos tres de las cuatro patas de su sillón presidencial: de Pedro de Silva a Javier Fernández. Y tampoco secretario general del PSOE que no buscara la complicidad del SOMA: de Felipe González (desde Suresnes hasta su tercer mandato) a Pedro Sánchez, pasando por un José Luis Rodríguez Zapatero al que le encantaba anudarse el pañuelo rojo en la fiesta somática de Rodiezmo, cuando treinta mil romeros se empapaban en esas campas leonesas de las consignas para el nuevo curso político-sindical.

El SOMA es una novela río en la que, como en la obra de Balzac, hay persistentes y persuasivos personajes que iluminan o emborrascan la trama con su poderosa personalidad. Su fundador, Manuel Llaneza (1879-1931), ocupa la peana de líder inmarcesible. Existen bastantes razones para decir que está ahí justificadamente, aunque siempre habrá quien encuentre manchas en la biografía más saneada. José Ángel Fernández Villa (1943), que aspiraba a un sitial a la altura al menos de la del creador del sindicalismo minero español, está hoy incurso en un proceso judicial tras acogerse a la amnistía fiscal de Hacienda y su ministro Cristóbal Montoro. Durante los duros episodios de la huelga minera de 2012, regularizó 1,4 millones. ¿De dónde salió ese dinero? A estas alturas casi todo el mundo lo tiene claro, empezando por la Guardia Civil y su Unidad Central Operativa (UCO). El sindicato que dirigió con mano de hierro desde finales de 1978 hasta 2013 (valiéndose, todo hay que decirlo, de apabullantes unanimidades que recordaban los congresos comunistas búlgaros) pide ahora para él seis años de cárcel y le reclama 420.000 euros bajo la acusación de apropiación indebida. Está expulsado, borrado del santoral. Y entre esas dos figuras centrales, polisémicas, un dirigente como Belarmino Tomás (1892-1950), que ocupó la secretaría general de SOMA en algunas de las más convulsas circunstancias del siglo XX español. "Ojalá vivas tiempos interesantes", proclama la maldición china. Junto con Ramón González Peña (1888- 1952) y Amador Fernández, "Amadorín" (1894-1960), heredó de Llaneza las riendas de un sindicalismo minero que fue radicalizándose conforme la derecha liquidaba las conquistas de la Segunda República. Él fue quien pactó con el general López Ochoa la rendición en 1934. Lo hizo sin menoscabo de la dignidad y dando la cara desde el balcón del Ayuntamiento de Langreo, en Sama. Y quien presidió, durante la Guerra Civil, el Consejo Soberano de Asturias y León, cuando el Frente Norte republicano era ya tan sólo una asediada ínsula con capital en Gijón. Durante las casi tres décadas y media de unipersonal mandato de Villa, Belarmino Tomás fue más bien un personaje difuminado en los memoriales del SOMA.

Esa elusión estuvo inspirada tal vez por la influencia del felipismo rampante, que veía en los jefes de la Comuna asturiana todo aquello que el socialismo de tercera vía quería evitar: el recuerdo de la contradicción entre capital y trabajo que nutre el marxismo. Una fase amnésica que fue superándose paulatinamente con la llegada de Zapatero a la presidencia del Gobierno de España y la aprobación de la ley de la Memoria Histórica. Ramón González Peña, ministro de Justicia con Juan Negrín y presidente de la Federación Nacional de Mineros, sólo fue readmitido en el PSOE en julio de 2008. Había sido expulsado sesenta y dos años antes, en 1946, por negrinista. Los tres herederos de Llaneza (Belarmino Tomás, González Peña y Amadorín) murieron en el exilio, en México. Y en el destierro, en este caso francés, falleció también José Mata Castro (1911-1989). Minero afiliado al SOMA y comandante guerrillero en los montes asturianos tras la derrota republicana en la Guerra Civil, fue el impulsor de la reorganización del sindicato minero (también del de la Federación Socialista Asturiana) en 1946.

La decisión de Indalecio Prieto de evacuar a los llamados "fugaos", adoptada en 1948, se ve hoy como una medida cabal. Pero la resolución del entonces presidente del PSOE dejó la resistencia al franquismo en manos del PCE. El último "maquis" comunista, Ramón González, "Ramonón el de les Codes", optó por suicidarse el 14 de octubre de 1952 en el barrio minero de La Camocha, en Gijón, al verse cercado por la policía. A partir de la liquidación física de sus guerrilleros, el PCE empezaría a poner en práctica una recomendación del mismo Stalin: el "entrismo" en el Sindicato Vertical. De aquella línea táctica -también estratégica- surgieron las Comisiones Obreras y una nueva generación de dirigentes comunistas que, junto con otros de procedencia cristiana y afectos a las doctrinas emanadas del Concilio Vaticano II, sustituirían al SOMA en la dirección de la sostenida lucha de los mineros asturianos hasta los estertores de la dictadura. Son los hombres de la huelga hullera de 1957, la primera en la larga posguerra, y de las más relevantes por su extensión e impacto internacional de los años sesenta. Allí había militantes y dirigentes del SOMA, como Avelino Pérez (1932), pero el núcleo duro de la protesta estaba constituido por una mayoría comunista.

En el ADN del correoso sindicato fundado por Manuel Llaneza, a partir de la organización centralizada y disciplinada de los trabajadores de un sector específico de la industria, está el sindicalismo de clase. Y la idea clara de la necesidad de hacer política, en todos los formatos y desde las más diversas variantes. De ahí que encontremos a muchos de sus dirigentes (los principales y los secundarios) en puestos de representación institucional: alcaldes (Llaneza lo fue de Mieres), concejales, diputados, senadores? Es el suyo un perfil de central fuerte, de acotada nitidez ideológica, expansivo e identificado con los ideales del socialismo democrático. Y capaz de notables ejercicios de movilización obrera. Esa potencia, contrastada por los hechos, se multiplicó mediante la unidad de acción pactada con los mineros de Comisiones Obreras desde principios de los años noventa. En la Navidad de 1991 se produjo el énfasis del encierro del pozo Barredo, cuando las Cuencas deshojaron en jornadas de durísimos enfrentamientos con los antidisturbios la margarita industrial de su futuro.

La influencia social y política del SOMA ha sido y es aún incuestionable. Sólo hay que fijarse en los nombres de los componentes de la nueva Ejecutiva socialista de Pedro Sánchez. El actual secretario general del SOMA, José Luis Alperi (1970), está además en el comité federal del PSOE. El sindicato minero, organización con una capacidad de penetración en los territorios del carbón que tiene pocos equivalentes en España, ha sabido siempre dónde están los resortes del poder. Nunca ha dejado de cultivar el sentido del olfato. Salvo en los años de travesía del desierto del franquismo, ha desplegado sus poderes (las mayorías que le concedía la alta afiliación minera en la FSA) en múltiples direcciones. Se ha dicho de Villa que ponía y quitaba presidentes (del Principado y de Hunosa), alcaldes y hasta banqueros. La coartada territorial servía para casi todo porque estaba justificaba y era fácilmente comprensible hasta por el ministro más cerrilmente neoliberal: el proyecto solidario con las Cuencas. Hoy suena como un sintagma gastado, pero fue bandera de mucho tirón y contables réditos. Si en algo han coincidido los Gobiernos del PSOE y del PP ha sido, al menos hasta que Rajoy fue asentándose en La Moncloa, en procurar un cierre llevadero ("no traumático", se decía con expresión un poco psiquiátrica) de la minería. Clausuras mediante un sistema de prejubilaciones sin parangón y una lluvia territorial de fondos millonarios con escasos resultados visibles. Pese a esa consistencia y densidad sindicales, los municipios carboneros siguen sumidos en una decadencia que muchos analistas empiezan a calificar de irreversible.

El SOMA, cabeza de león de FITAG-UGT (9.144 afiliados, con sectores como el energético o el químico), tiene tanto pedigrí que su compleja genealogía explica su resistencia, explicitada estos días, a la fusión con MCA (12.867 afiliados), su "fraterno" competidor industrial ugetista. Mineros y siderúrgicos: pilares durante décadas de la economía asturiana y cordiales adversarios en las refriegas por el control de la FSA. La minería asturiana apenas conserva hoy unos 1.600 trabajadores activos, incluidos los de Hunosa, pero hay más de 6.000 personas cuya prejubilación depende de los acuerdos del sector y 44.000 pensionistas sentimentalmente ligados a las causas de los defensores del carbón. Es todavía una fuerza respetable. Y con relato, como se dice ahora. Alperi sabe que tiene detrás unas siglas sostenidas por 107 años de minuciosa historia y una eficaz mitología: de los asesinados en La Bornaína o en Funeres, a la tumba del fundador en el viejo cementerio civil de Mieres.

Manuel Llaneza fundó el SOMA el 10 de noviembre de 1910 en el pueblo mierense de Vegadotos, hoy un negligente recuerdo de lo que fue. Trece años antes se habían constituido las agrupaciones socialistas de Mieres y Langreo. Tras el fracaso de la "huelgona" de 1906 por la debilidad organizativa, aquel joven socialista huyó de la represión y acabó en el Norte de Francia. Inspirado por el pragmatismo de Jaurés o Guesde, logró plasmar con el Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias los modelos que había conocido como trabajador de la Sociéte des Mines de Liévin. Si uno lee con atención sus primeros estatutos, ve que incluyen los tribunales de arbitraje como figura de solución de los conflictos. Empezó con 1.800 afiliados. En 1911, año en el que SOMA se adhiere a UGT y obtiene su primera victoria en una huelga, hay ya 10.000 militantes. Un crecimiento rápido en dura pugna con el sindicalismo paternalista de Claudio López Bru, marqués de Comillas, y el de abierta confesión católica del sacerdote Maximiliano Arboleya. Ha sido evidente el concurso del SOMA en numerosas conquistas sociales: del Orfanato Minero a las Casas del Pueblo, del vale de carbón a las vacaciones o los planes protectores del sector. Su recuerdo seguía aún muy vivo en 1975, tras la muerte del dictador. Es lo que explica su reconquistada hegemonía, a partir de aquellas fechas y salvo en alguna concreta elección sindical, frente al sindicalismo comunista. Negociación y presión. Y ahí sigue.

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