Tras casi nueve años de progresión, la economía de EE UU, que crece desde 2009, está cerca ya de su potencial y el paro ha caído al 4,1% de la población activa, en mínimos desde hace 17 años y en situación técnica de pleno empleo. Con los mercados tumbando récord tras récord desde hace casi una década, Donald Trump, que apenas lleva un año en la presidencia, aspira a forzar un crecimiento del producto interior bruto (PIB) del 4% mediante la rebaja fiscal que acaba de aprobar, la repatriación de 2 billones de beneficios que las multinacionales tienen en el exterior, un plan de gasto público cuantioso y diversas medidas proteccionistas. Con la economía y los mercados ya muy expandidos, se barrunta que un impulso de este tipo va a ser inflacionario (y más con el petróleo marcando máximos desde fines de 2014) y puede prolongar pero también acelerar y extremar la euforia, lo que supondrá una corrección aún más severa cuando se imponga el ajuste. Cuando eso ocurra, ni el Gobierno (tras una rebaja fiscal que va a generar un déficit de 1,5 billones) ni la Fed (con los tipos aún bajos y su balance todavía muy agigantado) tendrán margen fiscal y monetario para atacar la próxima crisis con estímulos. Lo previsible es que la Fed suba tipos para financiar un déficit y deuda al alza y acaso para frenar una inflación que ahora no se atisba pero cuyo olvido puede ser letal. La política fiscal se usa una vez más de forma indebida con fin procíclico.
Y cuando se aúnan (como ahora) rebajas fiscales, tipos de interés bajos, inflación escasa, gran crecimiento y mucha deuda, las cosas acaban mal. Como en el firmamento, los eclipses se producen cuando los astros se alinean.